Día Internacional de la Mujer
8 mujeres, 8 historias de nuevos referentes femeninos
Estas madrileñas (de nacimiento o de adopción) dan vida a una región a la vanguardia en materia de igualdad
La igualdad se hace en el día a día. En la calle. En el trabajo. En la reflexión académica. En los estudios. En el no perder la memoria de las que, aunque la historia las haya olvidado, estaban ahí. Trabajaban. Hacían. Caminaban, como se suele decir, para que otras podamos correr. Ese hacer diario, ese reflejo de la búsqueda de la igualdad, tiene rostro de mujer también a día de hoy. Han sido muchas, pero ocho, en concreto, las que, desde Madrid, han hablado de sus proyectos en el último año para este periódico, y que han puesto de manifiesto como la mujer ha sido y es referente en muchos ámbitos de la sociedad.
Ellas reivindican, desde detrás de la cámara, como es el caso de la fotógrafa Ana Palacios, cómo la mujer es la que sale peor parada de los conflictos armados, ya sea por la violencia sexual que se infringe contra ellas o porque, en contextos de pobreza, son las que siempre abandonan antes la educación. O, desde la literatura, como es el caso de Cristina Cerrada, quien, aunque es toda una abanderada de experimentar con personajes femeninos en contextos propiamente masculinos, como la guerra, está convencida de que la violencia está lejos de formar parte de lo femenino. Y es que, para Cerrada, el hecho de que la mujer tenga una experiencia tan física de lo que significa la vida la hace mucho más cautelosa a la hora de ponerla en riesgo.
De la violencia habla también Sigrid Ferrer, quien posa esa mirada femenina en las desapariciones forzadas de su país, Colombia, y el eco que esto deja en las familias. Pero habla también del racismo y de cómo ha tenido que hacerle frente, de cómo al papel que se le atribuye a la mujer en el imaginario social se le añade el de ser una mujer racializada. Un imaginario que analiza también Silvia Martínez Cano, profesora de Educación y Teóloga, que centra su estudio en los arquetipos femeninos y en la necesidad de superarlos en instancias tan arraigadas socialmente como es la Iglesia. Y, dentro de la Iglesia, Lola Martínez, mayordomo de la Hermandad de los Gitanos de Madrid. Junto a ellas, Esther Molina y su reivindicación de los referentes femeninos, la politóloga Aida dos Santos y su retrato de las mujeres obreras de los barrios de Madrid y la tatuadora terapéutica Celeste Vera, completan este grupo de mujeres que son muestra de cómo, cada día, la mujer va dejando su necesaria huella en la historia.
Desde 2015, Ana Palacios se dedica de forma exclusiva a la fotografía documental humanitaria, una profesión que, el pasado mes de julio, la llevaría a acompañar a 20 ambulancias a la frontera polaca con Ucrania. Después de trabajar durante casi dos décadas en el mundo del cine, lo cambió todo por documentar, con su cámara, la realidad de los más vulnerables. Reivindica, además, la baja representación del trabajo de las mujeres en el mundo de la fotografía humanitaria. «Estar, estamos», asegura, «aunque no tenemos las mismas oportunidades». Se mueve, dice, en un «mundo paternalista» en el que «los sueldos y los encargos son menores» porque a los entornos de conflicto se tiende a enviar a hombres. «Siempre tenemos esa carga mental que nos hace dudar de nuestro talento», afirma. «Hay algo intrínseco que nos dice que para qué te vas a presentar si, total, no te van a coger, o no vas a ganar. Eso es el síndrome de la impostora, y se tiene que acabar».
Sigrid Ferrer llegó a España desde Colombia e 2013, se doctoró en Bellas Artes en la Universidad Complutense y, ahora, dedica su producción artística a denunciar la violencia ejercida desde cualquier punto de poder. Llegó a España por amor, y pudo descubrir un mundo lleno de cosas maravillosas, como la educación pública, pero en el que la violencia que se revela en el racismo está a la orden del día. «España es un país racista que no lo asume», asegura. «Lo es desde el vocabulario. No sabes lo que es estar en un lugar y que te digan que hoy han trabajado como un negro», explica. «No hablo de políticas, es cotidianeidad», insiste. Esto, añade, se refleja en el hecho de que cada vez que se menciona Colombia se hable del narcotráfico, o de que se asuma que por su aspecto deba dedicarse a según qué trabajos. «Creen que la mujer latina y negra solo puede venir a limpiar», dice. «Las españolas no tienen que llevar el título universitario en la frente».
La politóloga Aida dos Santos lleva dos años inmersa en la elaboración de «Hijas del hormigón», un proyecto con el que pretende contar la historia de las madrileñas de las periferias. Es, tal como ella se define, una mas de las hijas del ladrillo rojo de los barrios que rodean la capital. «En casi toda la literatura que abarca esta temática se habla del obrero de mono blanco, del minero, del trabajador fabril... como si las mujeres no hubieran formado parte del mundo del trabajo». Esto, subraya, no es cierto, aunque puede ser algo que «tenemos muy interiorizado». «Incluso mis propias entrevistadas, cuando les pregunto a qué se dedicaban sus padres me responden que era conductor de autobús, o constructor, o trabajaba en una fábrica, pero que su madre no trabajaba». Sin embargo, «a poco que les pregunto si no iban a limpiar a ningún sitio, o si no les llegaban encargos para coser... al final, es raro la que dice que no.»
«Que nadie te diga que no puedes hacer algo que te visualizas haciendo». Ese es el lema en la vida de Esther Molina. Un lema que, además, como cofundadora de Female Startup Leaders, una comunidad de fundadoras de startups de alto potencial de habla hispana, quiere compartir. El objetivo no es otro que el de crear referentes para que los niños y las niñas puedan pensar «si ella pudo, yo también». Es, además, consciente de que en el mundo de la tecnología y el emprendimiento, la mujer «tiene un hándicap cultural, en el que tradicionalmente se ha pensado que no estábamos interesadas en emprender o en desarrollar habilidades digitales, científicas o en carreras STEM», asegura. Por ello, «es vital que esos niños y niñas tengan como referentes y normalicen que las mujeres somos perfectamente capaces de tener éxito a nivel empresarial, que podemos hacer cualquier cosa que seamos capaces de visualizar».
Tres voces femeninas unen, en los tres últimos libros de Cristina Cerrada, el relato de las terribles guerras que han asolado Europa durante las últimas décadas. Una suerte de profecía que, si bien nació de un mero interés histórico por los acontecimientos, ha acabado por cumplirse en la actual guerra de Ucrania. «Creo que incluso si yo fuera hombre me habría interesado dar la perspectiva de las mujeres en una situación así», reconoce. En primer lugar, porque la mujer, aún hoy, «se ha trabajado poco en la literatura fuera de los arquetipos tradicionales, ya que solemos ser agentes pasivos, receptores de la acción, pero no al revés». Introducir, por ello, mujeres en contextos «tradicionalmente masculinos» como es la guerra, ofrece «mucho terreno para investigar y avanzar en esos códigos para que se puedan generar nuevos arquetipos» capaces de «trasgredir códigos sociales para crear otros nuevos».
Teóloga, artista y profesora de Educación, Silvia Martínez Cano ha sido capaz de unir estas tres ramas del conocimiento para dar respuesta a esas «preguntas difíciles» acerca de la vida y su sentido. Teniendo en cuenta todas estas perspectivas, recientemente ha publicado el libro «De Evas, Marías y otras mujeres» (PPC), en el que incide en una reflexión acerca de la imagen femenina en el imaginario colectivo y, en concreto, en la Iglesia católica, desde el concepto de madre hasta el de «femme fatale», en contraposición de la mujer sumisa y piadosa. Porque para Martínez Cano el problema «no es la experiencia religiosa, sino cómo la interpretamos». Por ello, «si la cultura es machista, y organiza la sociedad en quién vale y quién no, eso afecta también a las religiones». Para superar esta visión, dice, hay que «aceptar que somos historia, cultura, y que todo ello va transformando la tradición».
Hace casi 23 años, cuando se efectuaba la primera estación de penitencia del Miércoles Santo de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús de la Salud y María Santísima de las Angustias (Los Gitanos) en Madrid, Lola Martínez estaba allí. Y es que, después de haber procesionado como nazarena desde el primer año que salieron a la calle, ella es ahora la mayordomo de la hermandad. «Desde entonces solo he ido cambiando de número», asegura. Y es que, cada uno de los nazarenos que acompañan las imágenes tiene asignado un número a su puesto, y, cuanto menor sea este, más cersa se coloca el nazareno del paso. «No puedo hablar nada más que de una sensación muy especial», dice. De hecho, aunque también procesiona junto a la Virgen del Carmen con mantilla, no lo cambia por el traje de nazarena, ya que, asegura, el anonimato de este permite «vivir el momento desde el recogimiento. Es un momento muy especial contigo misma».
Celeste Vera es una joven tatuadora madrileña que, a sus 27 años, ha decidido centrarse en el tatuaje terapéutico. Es decir, integrar en sus diseños las cicatrices de aquellos que acuden a ella después de una enfermedad, un accidente o un intento autolítico. En muchos casos, señala, recibe pacientes oncológicos, especialmente de cáncer de mama. «La persona viene a tatuarse cuando ha cerrado ese ciclo en su vida, pero sigue teniendo ese recuerdo traumático en la piel», explica. Sin embargo, el hecho de tatuarse es un cambio, ya que «conviertes nua experiencia dura en algo que luces, porque es bonito». «Normalmente no pregunto, porque entiendo que son situaciones muy íntimas, pero lo cierto es que la mayoría de las veces el cliente, en confianza, te cuenta qué le ha pasado», dice, como es el caso de C., quien se tatuó después del cáncer. «Hace que me sienta bien, y me ha ayudado a sanar las heridas psicológicas de la mastectomía».
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