La historia final

Carabanchel, "Distrito 11" o la victoria de la cultura (I)

Tiene un importante patrimonio arquitectónico, digno de ser protegido, pero también disfrutado con delicadeza por sus vecinos o los visitantes

Carabanchel, "Distrito 11" o la victoria de la cultura (I)
Carabanchel, "Distrito 11" o la victoria de la cultura (I). Interior de la iglesia de la MagdalenaCedida

Cuando el 1 de enero de 1576, Sebastián Asenjo, Alonso de Moral y Juan Fernández dieron sus respuestas ante el escribano de Carabanchel de Arriba, Andrés de Urosa, a las 56 preguntas enviadas por el rey contenidas en la “Descripción de los pueblos de España” (conocidas desde el siglo XIX como Relaciones Topográficas) la visión que daban de su pueblo era, más bien, tristona: “En este dicho lugar hay como ciento cincuenta casas” (unos 600 habitantes), “habrá como cincuenta viudas”; “no hay hidalgo ninguno”; “puede haber sesenta labradores y los demás son todos trabajadores y panaderos que viven con su trabajo”; “la gente de este lugar es gente pobre”; “tiene poca tierra de labor porque es muy estrecho el término” y, desde luego a la hora de hablar lo que pagaban en impuestos a la iglesia, “en lo de los diezmos que no le alcanzan”, o sea que no recordaban cuánto pagaban en diezmos.

Si algo había en ese Carabanchel de Arriba era “ballesteros y posadas de soldados” porque “se da aposento a la caza de Su Majestad”; casi con toda seguridad, se guardaban en Carabanchel los halcones y las rehalas del rey.

Eso sí, había una iglesia dedicada a San Pedro y dos ermitas, la una a la Magdalena y la otra a la Concepción, “que está cerca de este dicho lugar”.

Curiosamente cuando en 1846 Pascual Madoz publica el tomo V del “Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar”, a Carabanchel Alto se le dedica página y media y a Carabanchel Bajo dos y media. Al citar la ermita de la Magdalena un lacónico “el cementerio (está) junto a la ermita de la Magdalena que le sirve de capilla” parece ser suficiente.

Sin embargo en ambos lugares se destacan la gran cantidad de “posesiones de recreo”, que se describen con fruición bajo la idea de que “indudablemente vendrán a formar dentro de poco un mismo lugar (los dos Carabancheles) si continúa el empeño de que se observa en su engrandecimiento, que ha llamado hacia los dos pueblos la atención de muchos personajes de la capital y los Carabancheles, sin distinción entre uno y otro parecen destinados a figurar con grandes ventajas como uno de los sitios más notables de recreo de las cercanías de la Corte”. A ellos acuden en verano -sigue la voz del Diccionario- hombres de negocios y así, en Carabanchel Alto hay “algunas magníficas posesiones”.

Por lo tanto, a mediados del siglo XIX los Carabancheles habían dejado de ser lugares pobres y dedicados a depauperada labranza, para convertirse en polos de atracción de descanso de la burguesía, atraída esta por el aroma de la Corte aristocrática sentada allí.

No es de extrañar que a las fincas de recreo, a los palacios, a los jardines y a los parterres, así como a la decoración interior, se dediquen entusiastas líneas ponderando el atractivo y la belleza de todo cuanto había, por aquel entonces, en los Carabancheles, incluida la plaza de toros de Vista Alegre. Merece mucho la pena leer y releer esas descripciones, porque ¿de verdad eso eran los Carabancheles?

Porque las crisis del siglo XIX, la caída de la Monarquía, la República, la Guerra y el Franquismo, hicieron que de cuanto había sido hermoso o esperanzador en esos lugares al suroeste de Madrid, quedara todo reducido, durante generaciones y generaciones a un lúgubre recuerdo: “Carabanchel era el barrio de la cárcel”.

Unidos el Carabanchel Alto o el de Arriba con el Bajo, se hicieron barrios de Madrid, finalmente hace tres cuartos de siglo.

Pero gracias a un permanente esfuerzo de las administraciones públicas y a la audacia de algunos particulares, cuando se están leyendo las ilusionadas descripciones del Madoz, parece que estaban escritas describiendo lo que hay hoy, o augurando lo que iba a pasar, insisto, hoy.

Porque ya no hay cárcel. Y los Carabancheles, aunque sean lugares de desordenado crecimiento demográfico, barrios de aluvión de la expansión de los años 60 del siglo XX, que tienen ahora unos 250.000 habitantes y su inmensa complejidad para su administración (más población que Albacete, dos veces más que Guadalajara, o que Toledo, o que Talavera, casi cinco veces más que Cuenca…), están renaciendo de sus propias cenizas (en ocasiones escombros). Carabanchel, mira al futuro con orgullo y esperanza.

Tiene un importante patrimonio arquitectónico, digno de ser protegido, pero también disfrutado con delicadeza por sus vecinos o los visitantes; pero es que, además, se ha convertido en un increíble polo de atracción artística.

(Continuará)