Opinión

Cincuenta años con Dios al fondo

La vida de un cura no depende del chupeteo de una vida cómoda, sino de las heridas que producen la entrega a los demás

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Cruz en una iglesiaEuropa Press

Seguro que cumplir cincuenta años de cura es una cosa muy seria. Puede que sea una de las cosas más serías que pueden hacerse en este mundo Y es lo que esta mañana de mayo, van a hacer un grupo de sacerdotes de Oviedo, en el Seminario Metropolitano. Ahí estará el Arzobispo, don Jesús Sanz, un grupo de compañeros sacerdotes, y los amigos y familiares todos ellos invadidos de una alegría contagiosa.

Ser cura no es un mérito; es una suerte. Y, si para el afortunado en su gozo, se vuelve para la Iglesia una necesidad Y tampoco porque a la Iglesia le guste que sea así, sino porque Cristo tuvo la ocurrencia de montar la Iglesia jerárquicamente. Los curas no son, en principio, mejores que los laicos, ni son más santas sus manos, aun cuando Dios quiera usarlas para el milagro de la eucaristía. Son pobres y felices hijos de Dios, como los demás. Y se mueren sin terminar de entender por qué El quiso que sus manos florecieran.

Todos sabemos que ser sacerdote es algo imposible. Pero también es algo maravilloso. ¿Quién habrá que se acostumbre a celebrar misa o no se ponga a temblar al escuchar a un alma arrepentida? La vida de un cura no depende del chupeteo de una vida cómoda, sino de las heridas que producen la entrega a los demás. Sólo la destruye la soberbia, la ensucia la tristeza. La desorienta el dinero. La estropea la rutina. La reconstruye la fraternidad. Y siempre la mejora el amor de Dios.

Ahora pienso en la desgarradora bondad de que Cristo haya contado con nosotros, para ayudarle en su tarea. Por eso la gente tiene derecho a que los curas no seamos personas ególatras, amargadas, pesimistas, profetas de desventuras. A la gente le gusta ver a los sacerdotes, cercanos, alegres, positivos, piadosos, para que nadie vea a Dios ni a la vida como un vaso de ricino. ¿O es que nuestro ministerio va a servir parar contagiar amarguras y no alegrías? Cincuenta años y una deuda impagable con El Señor, “sois mis amigos”. Sacerdotes, mayores, jóvenes, pero también el misterio, el amor, el silencio. Y, siempre con Dios al fondo.

Manuel Robles Freire es Rector de la Basílica del Sagrado Corazón de Gijón