Gastronomía
Comer solo, ¡qué placer!
Ahora hay experiencias de alto nivel que disfrutar en solitario. En Rocacho Plaza sirven arroces y fideuás para un solo comensal
El comensal solitario ha pasado de ser una rara avis a una figura habitual de la restauración madrileña que adapta su propuesta a este nuevo consumidor gourmet con formatos como la barra gastronómica o los arroces en paellera individual.
En España, comer siempre se ha considerado un acto social y, por ello, hace unos años, el que optaba por mesa para uno en el restaurante, al menos en uno de cierto nivel, era considerado un bicho raro y sometido a miradas curiosas, prejuicios y chismorreos varios: mira a este, no tiene amigos, le acabará de dejar su mujer o le da ha dado plantón su cita y ya que estaba, se ha puesto a zampar el muy tragabuches. Poco a poco, y a raíz de la entrada en escena de conceptos importados, como las barras de sushi o las mesas corridas, el comer sin compañía fue haciéndose menos incómodo (incómodo tanto para quienes miran como para el que se siente observado), aunque seguía estando reservado a momentos muy concretos en los que picar algo rápido entre quehaceres diarios. No se concebía como una actividad hedonista sino como una necesidad.
Ahora, y gracias a la apertura de mente de los buenos restauradores, siempre buscando ir un pasó más allá para contentar a cuantos más mejor, podemos perfectamente disfrutar de una experiencia gastronómica de alto nivel en solitario con todas las ventajas que ello conlleva. A saber: puedes pedir y probar cuanto se te antoje sin ceder a los gustos, las manías y las cada vez más frecuentes intolerancias alimenticias de los demás; desconectas de tu círculo social y de conversaciones triviales para centrarte en tus propias sensaciones y no te sientes juzgado por pedir el vino más caro de la carta, sea una botella o sean dos.
Barras de altura
Si bien las mesas corridas fomentan la socialización, el charlar con desconocidos y el conocer gente nueva, para una comida más relajada y placentera prefiero el formato barra, al que han sucumbido restaurantes de alto nivel culinario. Algunos con estrella Michelin, como A’ Barra donde, como su nombre indica, la barra es principal protagonista y cuya excelsa bodega cuenta con más de 8.000 botellas entre las que atesora joyas perdidas y vinos insólitos, o Toki, el restaurante japonés del asturiano Marcos Granda que apenas ocho meses desde su apertura consiguió el preciado astro de la Guía Roja. También con barra en la que disfrutar y pasar desapercibido al mismo tiempo, destacan Barra Alta, referente de la cocina de producto en Barcelona y, desde hace poco, en Madrid; Bar H, el concepto más informal de los hermanos Ismael y Fernando García-Hevia, tercera generación al frente de Hevia, todo un clásico en la capital; y VelascoAbellà, el proyecto personal de Óscar Velasco (el eterno dos estrellas de Santceloni) y su mujer, la excelentísima repostera y maître Montse Abellá.
Arroces y fideuás
En una ciudad como Madrid, no especialmente arrocera, cuesta encontrar un arroz hecho como dios (con perdón de alicantinos y valencianos) manda. Y si eso ya es difícil, toparse con un sitio donde no exijan un mínimo de dos comensales para pedirlo es un milagro digno de la virgen de Lurdes. Al menos hasta ahora. Rocacho Plaza, hermano pequeño del moderno y ya célebre asador en Padre Damián, sito en la plaza Marqués de Salamanca, ha tenido a bien anunciar recientemente que todos sus arroces y fideuás pueden disfrutarse de manera individual en las mesas altas y la barra del establecimiento. En total, ofrecen tres paellas (del señoret, con gamba y langostino pelado; de pollo campero y verduras de temporada; y de cigalas y alcachofa), un arroz negro con sepia y alioli, uno con carabineros y tres fideuás (marisco, con carabineros o con tinta de calamar, carpaccio de gamba roja y alioli) que, como es marca de la casa, se hacen al momento con elaborados caldos que requieren de más de siete horas de pausada cocción.
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