Solidaridad

Mi compañero de piso, una persona sin hogar

En el proyecto Lázaro de Madrid, jóvenes profesionales conviven con hombres y mujeres que han vivido en la calle

Proyecto Lazaro Madrid
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Aproximarse a los datos de la realidad del sinhogarismo en una ciudad como Madrid siempre deja una sensación amarga. Y es que entidades como Cáritas subrayan, año tras año, la misma idea. Cada vez son más personas, y más jóvenes, las que viven en situación de calle en la capital. De hecho, Cáritas concluía 2023 habiendo atendido a un 6% más de personas sin hogar que el año anterior, y no es la única entidad que presta asistencia en Madrid a una realidad en la que confluyen problemáticas tan diversas como el desempleo, la drogadicción o los problemas psicoemocionales, así como todos los prejuicios que cargan sobre sí las personas sin hogar.

No parece sencillo hacer algo que cambie las cosas. Pero, en medio de todo esto, encontramos en Madrid un proyecto que convierte lo ordinario en extraordinario yendo mucho más allá de ser una solución habitacional. En el hogar Lázaro de Madrid las personas sin hogar conviven con jóvenes estudiantes o profesionales en pisos en los que se comparten tareas, se crean vínculos y se fomenta la independencia.

Pepa y Ricardo son dos de estas personas. Ella, procedente de la Comunidad Valenciana, llegó a Madrid hace más de una década para trabajar en el servicio doméstico. «Tuve que dejarlo pronto debido a una discapacidad», explica a LA RAZÓN, «así que me puse a buscar trabajo de nuevo». Tenía alquilada una habitación en un piso, y poco después encontró empleo en un restaurante que no tardó en dejar de pagarle, por lo que comenzó a cobrar la ayuda a mayores de 52 años. «Un mes me quedé sin cobrar por un error del SEPE, así que no pude hacer frente al alquiler y tuve que dejar la habitación. Acabé durmiendo en el aeropuerto 19 días», recuerda.

En aquel momento Pepa acudía al comedor de San Vicente de Paúl (Hijas de la Caridad), y desde allí la derivaron a un recurso de vivienda con esta entidad, con la que permaneció tres años. De ahí, pasó al proyecto Lázaro, donde lleva ya casi cinco años. «Ahora estoy buscando una habitación para mí en un piso de alquiler», asegura. Se siente, dice, «preparada para independizarme», pero, también, para «dejar mi sitio a otra persona que lo necesite».

Proyecto Lazaro Madrid
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«Lázaro surgió en Francia en 2006. Tres amigos decidieron compartir piso con personas sin hogar, y de esa primera experiencia fueron surgiendo más pisos solidarios», explica Álvaro Cárdenas, presidente del proyecto en España, donde se instauró en 2017 con un piso en la zona de Alonso Martínez. «Ese primer piso fue de mujeres. Luego hubo uno de hombres, y, en febrero de 2023 encontramos un piso para todos en la calle Luis Larrainza, 46», continúa. Actualmente están acogidos en este edificio ocho hombres y siete mujeres sin hogar, que comparten piso con jóvenes, y, además, en el mismo edificio vive una familia que acompaña el proyecto. «Estamos también en Barcelona y en el Puerto de Santa María, y, además, estamos buscando otro edificio o terreno para construir en la zona sur de Madrid para poder tener más pisos y acoger a más personas», añade Cárdenas.

Los jóvenes que conviven en estas casas con las personas sin hogar tienen siempre entre 20 y 35 años. Es, subraya el presidente, un piso normal, «solo que se adquieren pequeños compromisos para facilitar la convivencia y la integración de las personas acogidas». Además de que todos están comprometidos con la limpieza y el mantenimiento de la casa, así como de hacer la compra, «no puede haber alcohol ni drogas, está prohibida la violencia, hay una cena semanal de todos los compañeros juntos para compartir lo que se ha vivido durante los últimos días y, una vez al mes, hay una cena más especial». No se trata tanto, de esta manera, de un proyecto asistencial como de «darles una estabilidad que les sirva para volver a tomar las riendas de su vida y buscar su independencia».

Un ejercicio de confianza

Asimismo, Cárdenas insiste en que lo fundamental de este proyecto es que las personas que han pasado por situación de sinhogarismo recuperen su autoestima. «Las habitaciones son individuales para respetar la intimidad y la libertad de cada persona», afirma, «y, algo que hacemos y que consideramos que es muy importante es prohibir las llaves en las habitaciones», explica. «Nadie entra en la habitación de otro sin permiso, pero para ellos es fundamental ese ejercicio de confianza y respeto, y por eso, la mejor forma de expresarlo es que no haya llaves en las habitaciones», dice. «Una de las heridas con las que vienen las personas que han estado en la calle es, precisamente, la de la desconfianza de los demás, la de los prejuicios, el temor».

Hay, además, un joven responsable de cada piso, y la familia voluntaria es la que se encarga de solucionar las necesidades que puedan surgir, además de «convivir y compartir actividades con el resto de habitantes del proyecto». Esta familiaridad y afán de servicio mutuo es, precisamente, lo que para Cárdenas hace «extraordinario lo ordinario». Y es que, en un mundo «tan individualista, en el que todo el mundo piensa en lo suyo, compartiendo la vida nos convertimos en una familia». Es algo, además, «completamente compatible con la vida profesional de cada uno», tanto de los miembros de la familia como de los jóvenes o las personas acogidas, quienes, si están en edad y en condiciones de trabajar, se les da apoyo para encontrar un empleo y favorecer, así, aún más su autonomía.

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«Está claro que, a veces, no es fácil. Pero se trata de generar relaciones basadas en la amistad, y comprobar cómo esto, realmente, cambia vidas». Vidas como la de Ricardo, quien, después de muchos años viajando por España trabajando, acabó en la calle en la ciudad que le vio nacer, Madrid. «Iba a un centro de día y la asistente social me puso en contacto con Lázaro», dice. Esto ocurrió hace ya tres años. «Para mí entrar en este proyecto ha sido como volver a nacer. De no tener nada, pasas a tenerlo todo», asegura. Pero no se refiere solo a lo material. «Lo que hemos creado aquí es una familia».

Ahora Ricardo está prejubilado, y sus perspectivas de futuro son, sencillamente, las de vivir bien. «Quiero vivir tranquilo, porque ya lo he pasado bastante mal. Cuando estás en la calle lo pierdes todo. Pierdes amistades, a tu familia... y aquí lo recuperas. Recuperas una vida normal». «Una vida normal, pero extraordinaria», matiza Bernabé Villalba, uno de los jóvenes que vive en el proyecto. En su caso, conoció Lázaro al volver de un periodo que estuvo trabajando en la India. «Yo soy de La Palma, y, al volver de la India, iba a quedarme en Madrid para trabajar, por lo que tenía que buscar un sitio donde vivir», explica.

Sin embargo, no quería que fuera «el típico piso como en el que ya había estado antes, con gente desconocida, en el que va cada uno a lo suyo y que termina pareciendo un hostal». Y es que, después de lo vivido en la India, «quería algo más familiar». Un conocido le llamó y le contó el proyecto. «Dije que sí sin haber visto el piso. Me tiré de cabeza», recuerda. Y no se arrepiente. «La experiencia, para mí, ha sido la oportunidad de entregarme en el día a día, en lo cotidiano. Cuando volví de la India tenía un deseo en el corazón de hacer algo. En mi caso, tenía que trabajar y no sabía qué podía hacer. Y, sin embargo, Lázaro te da la oportunidad de que, lo cotidiano del día a día, como tomarte un café en casa o volver del trabajo y charlar un rato en el sofá con alguno de los compañeros, se convierta en algo auténticamente extraordinario».