
Universal Music Festival
Salif Keita en la intimidad de una habitación de hotel
El músico maliense de 75 años, conocido como «La voz dorada de África», cierra este domingo el Universal Music Festival en el Teatro Albéniz

Salif Keita, el legendario músico maliense, de 75 años, que nació en una familia de linaje real que tiene raíces ancestrales de Soundjata Keita, el fundador del imperio de Malí en 1240, que fue rechazado por su comunidad debido a su albinismo, que fue desheredado por su padre por elegir su pasión, la música, que alcanzó el éxito por primera vez en los años setenta, que es conocido por el apodo de «La voz dorada de África», tiene toda la discografía de Camarón de la Isla. «Tengo toda su compilación: me encanta su forma de cantar, su melodía», cuenta por videollamada Keita, que viste una gorra blanca y unas gafas.
«Desde joven escuchábamos esa música en casa». Su conexión con el flamenco viene de lejos, filtrada por la influencia de la música cubana, la salsa, y las melodías españolas que llegaron a Malí. «La música española siempre me ha gustado porque es una música de melodía, y nosotros también somos un pueblo de melodías», explica. Aunque no siempre entienda las letras, siente que la voz de Camarón atraviesa cualquier frontera: «No hace falta entender lo que dice para sentirlo en el cuerpo entero».
Este domingo 8 de junio, Keita cerrará el Universal Music Festival 2025, que se ha celebrado desde el 22 de mayo en el Teatro Albéniz de Madrid, en un concierto en el que presentará su último disco, So Kono —que significa “En la casa”— y que, en principio, no iba a existir: en 2018, tras publicar Un Autre Blanc, había anunciado que ese sería su último trabajo.
Pero la música volvió a llamarlo. «Fue una propuesta de Laurent Bizot, de No Format», cuenta Keita, quien acabó accediendo a grabar en Japón, durante el festival Kyotophonie. «Me convencieron para hacerlo en acústico, como cuando compongo solo con mi guitarra». Esa intimidad lo llevó a reencontrarse consigo mismo. «No lo grabé para el público, ni para el trabajo. Lo hice para mí, en mi habitación, en la cama, con mi guitarra», asegura.
La guitarra, dice, siempre ha sido su herramienta para componer canciones. «Siempre he compuesto con la guitarra. Es una herramienta para mí», explica. En «So Kono», su último álbum que lanzó el pasado 11 de abril, ese instrumento íntimo y cotidiano se convierte también en acompañamiento escénico, al frente de un álbum construido en soledad, grabado en una habitación, como en sus inicios. Lo acompañan de forma sutil el ngoni de Badié Tounkara y la percusión de Mamadou Koné, pero el núcleo es él, solo, con su guitarra, como cuando empezó.
Y empezó muy pronto. En 1967 se trasladó a Bamako, la capital de Mali (el país ubicado en la zona occidental de África y que tiene el tamaño de España, Francia y Alemania juntos) donde tocaba en bares y calles con uno de sus hermanos. Dos años después, se unió a la mítica Rail Band, una orquesta patrocinada por el gobierno, trampolín para muchos grandes músicos de África Occidental. En 1973 se trasladó a Abiyán (en Costa de Marfil) junto a varios compañeros y fundó «Les Ambassadeurs Internationaux», donde desarrolló una mezcla vibrante de influencias mandingas, cubanas y zaireñas que lo catapultaron a la fama regional.
«So Kono» es, sin duda, su «álbum más personal». Y no solo por su formato, sino por lo que representa: un regreso a sus orígenes, a los bares en los que cantaba con su guitarra siendo joven, cuando vivir con albinismo y dedicarse a la música siendo de linaje noble eran actos de rebeldía. «Al principio fue muy difícil con mi familia. Nosotros no hacíamos música. Era algo prohibido para los nobles», recuerda.
Habla también de la evolución de la música africana con orgullo: «Ahora está en todas partes: en Europa, en Estados Unidos, en Asia. Y eso es bueno para África, porque así la gente conoce nuestra cultura y también nuestros problemas». Las colaboraciones con músicos como Carlos Santana o Toumani Diabaté han marcado su camino. A Diabaté lo menciona con especial cariño: «Era mi amigo, mi hermano. Pasamos mucho tiempo juntos. En el escenario, en el estudio…».
La libertad artística, dice, la alcanzó al comenzar su carrera en solitario en París, en 1983. «Antes era con un repertorio fijo. Mi verdadera libertad empezó con mi primer álbum en solitario».
Hoy, a los 75, sigue elevando su voz por los derechos de las personas albinas en África. Aunque reconoce que la situación ha mejorado, aún lo considera un desafío. «La gente no entiende cómo puedes ser blanco con padres negros. Pero ahora hay asociaciones que luchan, que educan. Es más fácil que antes, pero todavía cuesta».
¿Y qué espera del público de Madrid este domingo? «Quiero que sientan la intimidad del álbum. Que escuchen mi historia con la guitarra».
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