
Opinión
Con vocación al servicio exterior de España
Pedro Calvo-Sotelo publica «Salir al mundo. Guía práctica de vida diplomática»: 838 enseñanzas sobre cómo servir a un país

En «Salir al mundo. Guía práctica de vida diplomática» (Marcial Pons, 2025), el Embajador Pedro Calvo-Sotelo Ibáñez-Martín expresa con altas dotes didácticas y de su propia experiencia en qué consiste el servir al Estado en misiones en el exterior, o incluso en cualquier función pública.
Gira esta obra alrededor de un gran tema: ¿qué y cómo se representa al Estado español fuera de España?
La obra está divida en XIX capítulos en los que se describen las situaciones más diversas que ha de afrontar el diplomático recién incorporado a su puesto de trabajo. Por ende, se tratan asuntos desde lo más banales, hasta los más delicados: cómo organizar una mudanza, o qué hacer en conversaciones reservadas.
El libro está alimentado por 838 parágrafos o «claves» (como él las llama) que son, sencillamente, aforismos o adagia. Efectivamente, por su formación y sus amplísimos saberes en filología clásica (¡cómo no recordar la última visita que hicimos a don Luis Gil!) es una resurrección de aquellos «espejos de…» diplomáticos, o príncipes tan propios del Humanismo (lo recuerda también en el prólogo don Alberto Aza).
Ciertamente, es un libro de un humanista y es un libro humanista porque busca dos fundamentos: enseñar y reflexionar. Pero también lo es por la variedad de referencias de todo tipo, bien sea a los clásicos, como a recortes de prensa o vídeos actuales. Y es humanístico, también, porque es un libro «virtuoso», que contiene enseñanzas, 838 ni más ni menos, que son la experiencia que con generosidad se transmite al neófito.
Ciertamente, cuanto Pedro Calvo-Sotelo ha aprendido en sus destinos al servicio de España en Estocolmo, París, Quito, El Cairo, Praga (ya como Embajador) y actualmente cónsul para Asuntos Culturales en el Consulado General de España en Nueva York, lo pone con al servicio del joven que acaba de sacar la oposición y no sólo para el servicio diplomático.

De la lectura de este libro se sacan varias enseñanzas de primera: la humildad que ha de revestir siempre al que está expatriado sirviendo a su país; la recomendación de la prudencia, aspecto de nuevo tan renacentista o barroco; y cómo con casi un millar de claves se puede actuar con grandeza.
Obviamente el autor se permite ciertas licencias como la de recordar al joven lector que ande por ahí, que defiende no ya solo los intereses, sino los valores (¡qué función tan admirable y delicada!) de su «Syldavia» natal y que está destinado en «Borduria», cuya capital es «Klow».
Se trata de un libro cargado de ideas para quienes se inauguran en el trabajo, pero que también es imprescindible para historiadores que hemos escrito sobre la historia de la Diplomacia (Khevenhüller, Chantoné, Juan de Zúñiga), siempre tras la estela del embajador Ochoa Brun.
Gracias a su lectura podrán los jóvenes funcionarios entender los comportamientos y las acciones de aquellos antiguos oratores; pero también es un libro utilísimo y necesario para gentes del común que quieran saber qué hacen o cómo, los que defienden nuestros intereses fuera de España.
Habla la obra de enseñanzas asentadas y propuestas actuales (es un manual de escuela de diplomacia, o lo que el también embajador de Lario llamó Escuelas de Imperio), en el que se reitera que se trata –el de la Diplomacia– de un oficio antiguo al que se incorporan vidas nuevas y explica, suavemente, la convulsión que se vive en la actualidad al haber estallado en un par de meses y unas escenas televisadas, todos los usos internacionalmente aceptados e incluso rubricados por los tratados de Viena de 1961, a los que alude con reiteración; «las esencias inalteradas [..] de prácticas, voces y textos varias veces centenarios».
Precisamente alrededor de estos, nace «eso» que se denomina el derecho internacional y la capacidad del diálogo y la persuasión de la palabra. Por ello, escribe a su novel funcionario, «accedes a un estadio superior de la civilización, renunciando a la iniciativa de la violencia», aunque aún haya sido imposible acabar con la guerra.
Alrededor de esas ideas, aunque él no lo exprese explícitamente, gira su obra (¿y su vida?): persuasión con la palabra y servicio a un estadio superior de la civilización. Y, a mi modo de ver, eso es la tan zarandeada Europa nuestra y no un niño a hombros de un histriónico personaje, que se vacía la cavidad nasal mientras se habla de los escenarios actuales en los que hay guerra, esto es, dolor, indignidad, pavor ante el futuro y tristeza por lo que nunca fue, ni ya podrá ser jamás. Frente a la muerte y la destrucción, la exquisitez de la diplomacia. En Europa nació; a partir de nuestro siglo XVI los embajadores del Rey de España, con una formación impecable (y con sus polémicas sociales, también) fueron los creadores de ese oficio, encarnaron el ser oratores y mensajeros de los reyes a los que representaban y nunca actuaron «por libre», sino sujetos a unas instrucciones que bien podían corregir según la práctica del oficio y su madurez les impeliera a ello.
En fin, 838 recomendaciones (en 170 páginas y unos utilísimos índices) que van desde los primeros pasos en el mundo de la AGE, hasta en el cómo establecer contactos en Borduria; cómo y con quiénes tratar; cómo saber leer las palabras de los bordurianos, bien en las entrevistas, bien en la prensa y cómo no, en su Parlamento si lo hubiere; cómo jugar fuerte; cómo retirarse a la prudencia del barroco; cómo vivir siempre con orgullo porque le adornen «la probidad, la rectitud y la honradez» que conducen indefectiblemente a la «integridad» y a la «modestia».
Didáctica obra escrita por un avezado diplomático, funcionario del Estado español, que ha dedicado su vida, incluso habiendo tenido que evacuar a su familia en algún destino conflictivo, cargado de fundamentos administrativos, sin duda, superados por la ingente formación humanística de tantos diplomáticos que dan la cara por España a diario a expensas de las decisiones que se tomen en Madrid. Una obra que busca, cumpliendo con la norma, el estudio y la experiencia, generar vocaciones.
Alfredo Alvar Ezquerra es profesor del CSIC y Cronista oficial de la Villa
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