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Medio ambiente

Paquistán, el punto cero de la desigualdad ante el cambio climático

El 72% de las mujeres del país forman parte del mundo rural, pero en torno al 60% no cobran nada por su trabajo. En la árida región de Tharparkar, la falta de lluvia hace que el acceso al agua potable sea solo posible a través de pozos que llegan a encontrarse a una profundidad de más 100 metros. La desnutrición es la causa principal de la elevada mortalidad en la zona, principalmente de mujeres y niñas

Cartel sobre el cambio climático en Pakistán
Cartel sobre el cambio climático en PakistánlarazonLa Razón

Roshan enterró al amanecer a su hija de cuatro años, en Tharparkar, provincia de Sindh (Pakistán). No pudo permitirse el duelo; salió como cada mañana en busca de agua para asegurar que su marido y sus hijos pudieran comer y beber un día más. El dolor era intangible; sus dos hijas habían muerto de hambre. Habían muerto por ser niñas; en el Pakistán rural los hombres tienen prioridad absoluta y las mujeres no pueden comer hasta que el padre y los hermanos varones no están saciados. Su hija de apenas nueve meses, murió de inanición porque era su hijo de tres años quien se alimentaba de la leche materna. Su hija mayor había muerto esperando a que sus hermanos dejaran en su plato algo de arroz, algo de fruta. Roshan no podía hacer más que aceptar la ancestralidad de aquel hacer, de aquel dejar morir. Y como Roshan, miles de mujeres en Pakistán.

Tharparkar es una región árida que subsiste a base de la agricultura y la ganadería. La falta de lluvia hace que el acceso al agua potable sea solo posible a través de pozos que llegan a encontrarse a una profundidad de más 100 metros. La vida no es fácil en el desierto; la desnutrición es la causa principal de la elevada mortalidad. La muerte de las mujeres y niñas son parte de la narrativa del lugar.

Las mujeres paquistaníes: punto ciego del cambio climático

La economía de Pakistán depende fuertemente de la agricultura; un 60% de sus exportaciones consta principalmente de frutas, verduras y productos cárnicos. Un 45% del empleo del país sudasiático está relacionado con la producción agrícola.

Estos datos se tambalean con cada desastre medioambiental causado por el cambio climático, y es que un 80% de los trabajadores del campo son agricultores a pequeña escala. El 72% de las mujeres paquistaníes forma parte del mundo agrícola, y el sesgo de género es desesperanzador; un 60% del trabajo de estas mujeres no es remunerado. Las crisis climáticas las colocan en un lugar de extrema vulnerabilidad dentro de una minoría castigada por la pasividad del gobierno.

Las agricultoras locales son las más castigadas por el cambio climático, y al mismo tiempo las que más ignoran el término o el impacto de las sequías, inundaciones o tormentas. Son las grandes potencias las que poseen la tecnología y los medios para hacer frente a las sequías, y estas se benefician de la paulatina desaparición de los pequeños agricultores.

Pakistán es el país que más alto puntúa en prejuicios hacia las mujeres, según Naciones Unidas. En el ámbito de la agricultura, los prejuicios y el sistema de creencias favorecen que el hombre tenga el monopolio y las mujeres el hambre.

Roshan no conoce el término específico, no sabría explicar el cambio climático: pero sufre sus consecuencias. Sus hijas han muerto, sus cultivos se secan, apenas le quedan ya fuerzas para seguir adelante. Las mujeres del poblado se consuelan repitiendo que el hambre es la voluntad de Alá. Por eso la sociedad tiende a conformarse con el daño, por eso no se rebelan contra el gobierno. Cuando toda responsabilidad recae en un dios, el gobierno es impune.

El cambio climático parece pertenecer a la esfera de lo académico, de la legislatura, de las ONGs”, explica Rania Baloch, activista medioambiental con base en Islamabad. “No basta con estudiar causas y consecuencias de los desastres medioambientales, tenemos que conectar con las víctimas, debemos trabajar en vías de comunicación reales.”

En algunos lugares del mundo, para saciar la duda, la ciencia ha de adaptarse al lirismo, a la comunicación efectiva. De esto sabe el periodista Amar Guriro, que narra la dureza de los hábitats sumamente vulnerables al cambio climático, que habla de la contaminación de los ríos, de las sequías, la deforestación y desastres naturales. Escribe con un estilo que atrapa para que el lector empatice y se involucre en la búsqueda de soluciones. “Más de una vez mis lectores se han convertido en los protagonistas del cambio”, explica Guriro. “Actúan a través de donaciones, de ayuda física o de contactos. Para eso sirve el periodismo, para afectar.”

Periodistas y activistas parecen desempeñar una labor importantísima ignorada por los dirigentes: tratan de impartir justicia. El gobierno es un dios caprichoso que usa la ley como mecanismo de control. La voluntad del legislador tiende a centrarse en el propio beneficio y la justicia es un término débil y manipulado.

En Bahawalpur, Rimsha prepara chapatis en el patio de su casa. Parte de lo que cocine lo tendrá que llevar a la mezquita local; el imán ha convencido a los hombres de que las sequías están causadas por los pecados de sus mujeres. Para redimirse, estas deben ofrecer las raciones que les corresponden como donación a los hombres que acuden a la mezquita a comer.

Rimsha sabe que el mundo está cambiando; antes solía sentir las lluvias en el dolor de huesos, el cambio de estación en la trayectoria del vuelo de los pájaros o en la humedad de la tierra al amanecer. Desde hace un tiempo la naturaleza ha dejado de ser guía y ha pasado a ser víctima. La única certeza es que ser mujer propicia el hambre; a veces le cuesta identificar si es el estómago lo que le duele o el alma al no saber si mañana podrá alimentar a sus hijos.

Pakistán es un país de mujeres trabajadoras, fuertes y valientes. Mujeres que recogen los alimentos con sus manos para servirlos en una mesa en la que ellas no se sentarán. En Pakistán las niñas nacen para servir a sus hermanos. En Pakistán el nacimiento de un niño es una bendición, el nacimiento de una niña es algo con lo que lidiar sin grandes aspavientos. En Pakistán el techo de cristal limita el acceso a estar vivas. En Pakistán morirse de hambre por favorecer a un hombre sigue siendo un honor, es identitario.

“Aurat March” , la marcha de las mujeres paquistaníes.

Miles de mujeres planeaban marchar este 8 de marzo tras haber publicado un manifiesto que versa sobre la independencia de la mujer. Reclaman justicia ambiental, protección contra la violencia de género y protección para las mujeres pertenecientes a grupos minoritarios, entre otros derechos económicos y sociales.

"Es necesario el cambio radical de las dinámicas de poder", denuncia Rania Baloch. "El alimento está en manos de las mujeres y en boca de los hombres, es una situación brutal".

Pakistán es inmóvil; la tradición es intocable y las innovaciones son castigadas por pretender alterar el status quo. "Quizá la solución resida en cooperativas privadas", sugiere Rania. "Quizá es hora de forzar el cambio, de aplicar las tecnologías disponibles sin esperar ayudas del gobierno.”

Los retos son innumerables, pero las mujeres están en pie y pretenden ayudar a sus hermanas a levantarse. Pretenden implementar estrategias y la tecnología disponible para conseguirlo. La ciencia y el desarrollo están de su lado, las redes sociales son su espacio seguro. La revolución empieza en la tierra, en el campo, cuidando de las manos que alimentan, cuidando el bienestar de quien da a luz. El cambio agrícola será femenino y espléndido. Las mujeres agricultoras de Pakistán quieren dejar de ser el hambre inmenso del país.