Cine

Música

«Pavarotti jamás quiso tener un clon en quien perpetuarse»

Primero su asistente, después su amante y finalmente su esposa. Desde 2007 esta mujer de gesto delicado es la viuda de uno de los tenores más grandes que ha dado la historia. Así lo retrata el documental que acaba de presentar en Madrid, dirigido por Ron Howard y que se estrenará el 10 de enero

Lucía Nicoletta Mantovani junto a Luciano Pavarotti
Lucía Nicoletta Mantovani junto a Luciano Pavarottilarazon

Nicoletta Mantovani es dulce en sus ademanes. Y suave. También lo es cuando habla de Luciano Pavarotti, el hombre con el que estuvo casada desde 2003 a 2007, cuando el tenor murió. Viste de negro y lleva un collar de cuentas plateadas. Da la mano de modo firme. Está en Madrid hablando de uno de los hombres más grandes del siglo XX, de un tenor que hizo historia en la lírica. Un hombre grande y campechano. Un tipo feliz. Así lo ha visto y lo ha retratado Ron Howard, director de filmes como «Apolo XIII» (1995) y «Una mente maravillosa» (2001), entre otros. Un retrato blanco y divertido exento de grises y en el que han desaparecido los negros. Si es que los hubo. Por el documental desfilan compañeros de profesión, agentes y cantantes que coincidieron con él sobre un escenario. También tiene voz su primera esposa, Adua Veroni, y las tres hijas que tuvo con ella. Y Mantovani, la chiquilla de sonrisa frágil que se enamoró de la inmensa alegría del hombre que mejor preparaba los espagueti picantes del orbe italiano.

Su historia de amor, que llegó tras el desamor del cantante con su primera mujer, no fue entendida por muchos. Significó un escándalo en toda regla. Ella apenas tenía 23 años, 34 menos que su amante. Primero se dio a conocer como su asistente pero un viaje a Barbados delató la pasión de la pareja. Ya no se podía esconder.

–El documental arranca con una bella imagen, casi insólita, de Pavarotti en Manaos, en el teatro de ópera levantado en mitad de la selva. Y se cierra con el «Nessum Dorma» de «Turandot», todo un emblema. Entre medias, un recorrido por el rostro más amable de su esposo. Pero tendría malos momentos. ¿Pensó en algún momento en abandonar, en dejar de cantar? En su última etapa fue muy criticado.

–Él siempre mantuvo una actitud enormemente positiva que era producto de su pasado, de los vivido de niño, cuando sufrió la Segunda Guerra Mundial. De ahí sacó una enseñanza, lo mismo que cuando contrajo el tétanos a los 12 años y estuvo a punto de morir. Al salir del coma lo hizo fortalecido. Me decía que tenía que aprovechar todos los momentos de la vida, que no podía permitirse malgastar uno tan siquiera. Así era él. Jamás se desprendió de aquel niño que le enseñó una lección de vida. Claro que en su existencia, en la nuestra, hubo momentos difíciles, pero siempre supo encararlos y batallar. Jamás se dio por vencido. Era un rayo de luz. Nunca lo vi desfallecer o tener ganas de arrojar la toalla. En los momentos más duros tomaba distancia y se acordaba del niño que fue.

–¿Le sigue emocionando escucharle cantar «Nessum Dorma»?

–Me emociona mucho, pero quizá ahora con el tiempo lo que me llega más es cuando le escucho hablar y me acuerdo de cada cosa que me decía. Si me consiguió emocionar o que el público vibrara fue precisamente porque todo era natural en él, no había en Luciano nada artificioso o preconstruido, tanto para bien como para mal. De él siempre salía la verdad. Y aún hoy sigue tocando el corazón de las personas.

–Uno de los momentos más divertidos es cuando se narra su amistad con Bono, de U2, cómo le cameló para que le compusiera un tema y actuara en Módena.

–Ambos compartían ideales similares y puntos de vista que coincidían. Realmente fueron amigos, buenos amigos. Cuando quería algo no cejaba hasta que lo conseguía. Y en el caso del tema «Miss Sarajevo» fue así. Llamaba al ama de llaves de Bono. Ella le informaba de todo. Creyó en ese proyecto y no se dio por vencido. Volvió a salir el niño de la guerra que llevaba dentro.

–Jamás le abandonó esa idea.

–Nunca. De ahí que se volcara en esos niños que lo habían perdido todo. Siempre trató de devolver lo que Dios le había dado de la manera que mejor sabía: ayudando sin recibir. El poder del arte, de la música, siempre estuvieron presentes en su vida.

–¿Le calmaba la música?

–Sí le apaciguaba. Fue su vida. El centro que levantó en Mostar aún está en funcionamiento y muchos chavales se han beneficiado de poder estudiar música.

–¿Disfrutó con los tres tenores? Sus gestos mientras interpretan «Oh sole mío» son impagables. ¿De verdad le salían de manera tan natural?

–Yo no estaba en Caracalla, pero sí en giras posteriores. Y he visto lo mismo que se ve allí, que nació como un gesto de amistad a José Carreras. Ni siquiera pudo imaginar en lo que se podría convertir. Fue un medio global de divulgar la ópera por el mundo. Ninguno de los tres, con sus carreras hechas, tenía necesidad de demostrar nada al público. Y ganó, de nuevo, la verdad. Es cierto, sus gestos lo dicen todo. Es francamente divertido.

–¿Qué le enamoró de Pavarotti?

–Esa pregunta nos la hacíamos el uno al otro. Y es que hay vivencias que no se pueden explicar con palabras. El amor sucede, llega. Y ya está. Tú estás ahí, de repente... y aparece alguien que te cambia totalmente como persona. Me enseñó, por ejemplo, a enfrentarme a mi enfermedad, la esclerosis múltiple, sin dramatismo. Sus palabras eran de una sencillez aplastante, conceptos sencillos, pero complicados de aplicar. Cada día a su lado era diferente, se reía de todo, poseía una felicidad contagiosa y le quitaba hierro a cualquier cosa. Sabía aligerar los momentos más duros.

–Cuando usted le conoce no era una amante precisamente de la ópera; sin embargo, tuvo un maestro de excepción.

–No me puedo quejar. Él hizo que me involucrara en sus proyectos. Decía que quien no amaba la ópera es porque jamás había escuchado una. «Que la conozcan y después decidan», afirmaba a quienes se acercaban a preguntarle. Él vivió durante su niñez cómo se cantaba la ópera en las calles. Y él cantó en los teatros más importantes del mundo y en los pueblos más olvidados con un único afán; divulgarla, darla a conocer. Conmigo hizo lo mismo y poco a poco la fui degustando y me fue encantando.

–¿Compartían el mismo gusto operístico?

–Yo he escuchado mucha ópera a través de la voz de Luciano y tengo que decir que coincidíamos en «La bohème», ópera con la que debutó. Y también en «Un ballo in maschera», de hecho, nuestro hijo que murió se llamaba Federicco, como uno de los protagonistas de la obra. Y por encima de todas ese bello personaje de Nemorino en «L’elisir d’amore», un poco ingenuo, una cualidad que nunca le abandonó.

–¿Cómo le recuerda su hija? Era muy pequeña cuando falleció.

–Tenía cuatro años y medio. Se acuerda de algunas cosas, de cómo pintaban juntos o de cuando veían los dibujos animados en la televisión. Aún nos queda un largo viaje por emprender.

–¿Cree que hubo demasiadas voces críticas que se cebaron con las actuaciones de Pavarotti en las que se le criticó su acercamiento al pop y al rock y su alejamiento de la ópera? ¿Fue injusto el tratamiento que recibió?

–No, no lo creo. Se fue de este mundo en pleno éxito. Sí, recibió críticas, pero él siempre se quedó con aquellos que le aportaban y desechó a quienes le criticaban de manera gratuita y sin fundamento. Los comentarios que se limitaban a destruir los dejaba a un lado. Jamás habló mal de nadie aunque sí lo hubieran hecho de él. Su objetivo en aquel momento era destruir la negatividad, rechazarla, darse la vuelta. Vivió feliz y fue feliz, con y sin críticas.

–¿Y se fue injusta con Nicoletta Mantovani? Al comienzo de su relación pocos creían en ella, pocos creían en usted.

–No, para nada. Lo que era realmente injusto fue el hecho de arrebatármelo, teníamos muchas cosas por hacer, estaba nuestra hija, que podría haber aprendido tantas cosas de su padre... El amor que teníamos está y sigue ahí. Y cada vez que lo recuerdo y hablo de ello los sentimientos afloran.

–¿Qué cualidad destacaría de Pavarotti?

_Su sentido de la justicia. Fue justo con todo el mundo.

–¿Le habló de su retirada antes de caer enfermo?

–Se fue cuando tenía programada una segunda parte de su gira, la gira del adiós. Quizá hoy ya no estaría cantando, pero sí enseñando a los jóvenes de manera siempre desinteresada y gratuita.

–¿A qué cantantes jóvenes admiraba?

–Le encantaba la voz de Flórez y la de Vittorio Grigolo, a quien solamente pudo escuchar en el despegue de su carrera. También Roberto Alagna. Cuando le comparaban con alguien cortaba en seco y decía: «Yo soy yo, y la otra persona es quien es. Y no se nos puede comparar». Nunca buscó un clon en quien perpetuarse.

–Habla de Vittorio Grigolo, tenor a quien la Royal Opera House ha cancelado (y el Met también se ha sumado a la sanción) por un asunto de comportamiento indebido en escena. ¿Qué le parece? ¿Cómo lo hubiera visto su esposo?

–Conozco bastante bien a Vittorio y hemos hablado mucho de lo que sucedió. Cómo es posible que se le haya retirado de una ópera por tocarle la barriga en público a una mujer del coro que estaba embarazada. Simplemente, puso su mano en el vientre de ella. Es una reacción absolutamente exagerada. Lo mismo sucede con Plácido Domingo, a quien conozco, pues vivíamos en el mismo edificio y ha sido siempre amable y encantador con nosotros. Incluso cuando Luciano ya no estaba él participaba con nosotros de manera desinteresada en homenajes, nunca pidió nada a cambio. No conozco ese perfil que se está ofreciendo de él. Siento muchísimo lo que está viviendo en estos momentos. Todo lo que escucho me resulta desproporcionado. Luciano, que lo habría vivido siempre desde su sentido de la justicia, estaría bastante apenado. No lo entendería.