La amenaza yihadista

Ni nos vencen ni vencemos

Los ficheros policiales tienen a miles de personas sospechosas, pero el seguimiento de cerca es inabarcable. Se necesitan más efectivos y más cooperación

Una mujer deja una nota con un mensaje de apoyo en Las Ramblas de Barcelona, que poco a poco vuelven a la normalidad
Una mujer deja una nota con un mensaje de apoyo en Las Ramblas de Barcelona, que poco a poco vuelven a la normalidadlarazon

En momentos en los que prima la necesidad de esperanza, puede estar justificado que los políticos alimenten una cierta confusión entre deseos y realidad, pero a la hora de tomar decisiones cargadas de consecuencias más vale no confundir ambas cosas.

En momentos en los que prima la necesidad de esperanza, puede estar justificado que los políticos alimenten una cierta confusión entre deseos y realidad, pero a la hora de tomar decisiones cargadas de consecuencias más vale no confundir ambas cosas. Un punto de partida básico en cualquier estrategia de lucha contra el terrorismo yihadista, religioso e internacional en esencia, es que ni nos van a conquistar ni vamos a conseguir extirparlo, pero la mejora en los métodos de lucha y su eficacia es siempre posible. Por su puesto, con más recursos siempre se va a obtener mejores resultados, pero se entra en una curva de rendimientos decrecientes, aceptable y hasta necesaria, si la sociedad está dispuesta a pagarlo.

Desde hace años, cada vez nos cuesta más cada vida que perdemos y cada una, en mucho mayor número, que salvamos, pero sigue siendo «rentable» el incremento de recursos policiales y de inteligencia y está demandado por la ciudadanía, que aquí, como en todas partes, muestra por las muertes por terrorismo una repulsión máxima con respecto a las de cualquier otro origen violento: accidentales, obviamente, pero también por crímenes comunes. En la comparación, las primeras, en Occidente y desde luego en nuestro país –desde marzo del 2004–, resultan ser un porcentaje casi minúsculo, cuya erradicación total se percibe como una cuestión de supervivencia. Todo el mundo, o casi, se ve como posible víctima y siente por éstas una enorme compasión, y correspondiente interés por las circunstancias de su sacrificio, algo sumamente humano y comprensible, que nos honra, pero que le hace el juego a los terroristas, cuyos actos están directamente motivados precisamente por la búsqueda de esas reacciones.

Así pues, ¿qué se podría hacer para acabar con esa lacra? No mencionarla. Pero eso, ni siquiera los estados totalitarios pueden permitírselo. Una vez producido el hecho, los medios que operan en tiempo real viven horas y días de micro-pseudo noticias instantáneas, escasamente indispensables, que llenan páginas y páginas de la presa, consumidas vorazmente por sus lectores.

Descartando, pues, la utopía, ¿qué es factible? Mucho, de forma incremental, en ámbitos señalados más arriba. Los ficheros policiales de cualquier país tienen registrados a miles que en algún momento resultaron sospechosos, pero cuyo seguimiento de cerca es totalmente inabarcable. Con más efectivos, más fichas y mejor seguimiento. Que cuando se descubre la identidad de los autores de un nuevo atentado, grande o pequeño, se sepa, en cuestión de horas, que la policía almacenaba información sobre ellos, no suele ser un fallo policial sino todo lo contrario, un éxito de su trabajo cotidiano. Algún fallo es inevitable y puede tener muchos orígenes. A veces leyes arriesgadamente garantistas o jueces que los son ellos personalmente. A veces acomodaticio buenismo político, que se veta a sí mismo llamar las cosas por su nombre: mucho DAESH a expensas de «Estado Islámico», que es como los súbditos de ese «estad» se llaman a sí mismos. En la guerra cuenta todo, y las palabras igualmente, lo que implica que el uso de «islámico» e «islamista» pueda también tener repercusiones contraproducentes. Un punto sensible en el que se progresa, con fluctuaciones, es el de la colaboración entre servicios de seguridad domésticos e internacionales. Es siempre difícil, lo que no es comprendido por el gran público. Se trata de informaciones muy delicadas, que quienes las poseen tratan de proteger, por su misma delicadeza, desde luego, pero incluso porque su exclusividad es lo que valoriza al posesor. Estamos hablando de humanos.

Hoy día podemos dar por supuesto que cuando un sospechoso de categoría se mueve de un país a otro, el país de partida informa al de llegada. Luctuosos casos ha habido en los que quien no ha sabido valorar el soplo ha sido el receptor del mismo. En otros el monumental fallo provino de una gran falta de coordinación en el país de origen, como en el caso de los servicios belgas respecto a sus ciudadanos que cometieron los atentados de París contra Bataclán y otros objetivos.

España tuvo muy buenas relaciones con Estados Unidos en este tipo de inteligencia después del 11-S (2001). Fue un momento de oro en las colaboraciones internacionales. Luego el souflé se vino bastante abajo. Es un do ut des y el que tiene poco que dar se encuentra en peor posición. En los dos últimos años los servicios europeos se han ido poniendo las pilas. En interceptación de señales a escala internacional los americanos son indispensables, pero quien es verdaderamente vital para España es Marruecos y en esa colaboración nuestra policía y guardia civil se sientes satisfechas.