Opinión
Europa de mercaderes
Como está casi todo dicho y escrito a propósito del varapalo de la justicia alemana dejando en libertad a Carles Puigdemont por no encontrar indicios de rebelión, no me detendré por obvio en lo que ha sido un auténtico desprecio a la solvencia del primer tribunal de justicia en un país de la unión por parte de un juzgado territorial de un estado socio y por cierto con serias dudas sobre si llegó a analizar con la suficiente profundidad el informe de la fiscalía. Pero sí conviene poner de manifiesto una realidad tan palmaria como que algo que nació en forma de comunidad del carbón y del acero, para después pasar a ser mercado común y posteriormente comunidad económica, no deja de renquear en su más ambiciosa meta como proyecto político, esa que pretende consolidar un entorno común para la libre circulación de personas sustentado en la confianza mutua entre estados de derecho frente a los seculares fantasmas del nacionalismo reduccionista y los totalitarismos que tan trágicas consecuencias acarrearon tan solo hace unas pocas décadas. No cabe engañarse, la UE sigue evidenciando cuando llegan según qué pruebas del algodón los mismos egoísmos y desconfianza entre socios, propios de quienes solo comparten club para colocar sus productos manufacturados y no hacer colas en un aeropuerto. Schengen nació para garantizar la libre circulación de ciudadanos libres con la consiguiente eliminación de fronteras, pero precisamente esa garantía lleva implícitos en origen los resortes –con la euroorden en primer término– para evitar que los delincuentes –que también los hay– pudieran campar a sus anchas por cualquier territorio de la unión sin más límite para responder ante la justicia de donde han cometido sus desmanes que el criterio de un determinado magistrado local. Lo que está ahora en cuestión no tiene exclusivamente que ver con la puesta en libertad de Puigdemont, sencillamente porque ya hay un elenco de precedentes que demuestran la falta total de cooperación en materia judicial, Policial y política. Cuando el norte se inhibe de los problemas del sur en lo relativo a la lucha contra las oleadas de inmigración ilegal y de refugiados, cuando –recuérdense últimos atentados yihadistas en Gran Bretaña– la comunicación policial no es la deseable para afrontar la lucha contra el terrorismo o cuando un delito perpetrado en casa propia se corresponde con cadena perpetua pero resulta asombrosamente inexistente si se produce en casa ajena, de lo que estamos hablando es de un club que no va más allá de intereses librecambistas. Un club que acaba lanzando balones de oxígeno justo a aquellos que representan el paradigma de lo que pretende hacerle saltar por los aires. La Europa de los mercaderes.
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