Opinión
Cortocircuitos en la Feria de Sevilla
Las neuronas responsables de escribir el artículo de esta semana están un tanto perjudicadas. Esperan que las perdonéis.
La Feria de Sevilla 2018 se ha apoderado de ellas, obnubilándolas en alegría y delirios de volantes. Difícilmente se aplican a la realidad.
El recuerdo de una existencia más allá de la feria apenas figura entre sus preocupaciones. Y parece ser que les va a costar un esfuerzo considerable componer frases que no tengan forma de sirena, llenas de lunares, flores y colores... Feliz distracción aquella, el revuelo de presumidas flamencas que se pasean por su imaginario y las dejan sin palabras...
La feria –y sus despampanantes paseantes flamencas– es capaz de obnubilar a cualquiera. Es un universo de fantasía terrestre único en el planeta. «Sevilla tiene un color especial», recurrente estribillo de cuya ineludible verdad es difícil cansarse. Sevilla es una ciudad de ensueño, de azahar y de colores.
Allí se viven pasiones únicas. Se sienten exaltaciones y excitaciones únicas. Exaltaciones imposibles de transcribir al papel, pero embriagadoras y omnipresentes en toda la ciudad, sobre todo cuando ésta se viste de feria.
El despliegue de coquetería feriante que se vive estos días en Sevilla es algo visto en pocos lados. Ellas van estupendas, interpretadas con flores, encajes, pompones y magnetismo animal. Ellos van impecables, de corto, de lino, acorbatados y recién planchados. Nada es enteramente casual en la feria, hablando en términos estéticos.
Los más mínimos detalles requieren meses de preparación. Algunos se pasan el año entero maquinando su próxima aparición folclórica. Es un auténtico maratón fashionístico, a la altura de las mejores pasarelas de la moda del mundo entero, por encima de todas ellas (argüiría).
Hasta los estetas más sagaces son susceptibles a perder enteramente la cabeza en la feria.
La orgía colorista que invade la ciudad, su extática profusión de vestidos, destruye todos los esquemas previos de la realidad mundana. Cosima misma ni siquiera ha logrado mantener la compostura. Con el arrebato de una debutante, se ha querido hacer con todos y cada uno de los vestidos que se han cruzado con ella.
Los feos, los bonitos, los discretos, los extravagantes, los sencillos, los estrafalarios – con todos se ha enamorado perdidamente, dispuesta a jugarse la vida por todos ellos.
Esto de los vestidos flamencos rápidamente se convierte en una adicción con la que tendrá que pelearse toda la vida. Este año, Cosima ha estrenado cuatro trajes y ya está pensando en los del año que viene.
Por acostumbrada que estuviese a las frivolidades de la vida, no ha podido resistirse a la llamada del vestido gitano y su exuberancia folclórica. De la mano de Pepa Garrido –de su superdotada hija Carmen– ha causado furor con dos nuevas creaciones agathistas flamencas.
Todos los colores posibles, con pompones, con encaje, con picunela, con volantes y a lo loco, han sido representados. Aunque la locura de Cosima no se ha limitado al ámbito agathista. Rápidamente se ha considerado toda una ilustrada de la moda flamenca.
Aurora Gaviño y sus artilugios bohemios, llenos de toda clase de misterio y esmero, le han enseñado algo de embrujo gitano, vistiéndola de su rojo pasionario. Mientras que de Lina 1960 aprendió aquella altiva dignidad, tan indispensable para hacerse con cualquier situación flamenca.
Su vestido de lunares rojos y blancos tenía vida e ideas propias, y difícilmente se le ha sacado a este de la feria, su reino nativo de fantasía.
Aún así, Agatha Ruiz de la Prada –la «flamenca pop»– se hizo con la preeminencia feriante de este año con una fugaz aparición en rosa pálido a lunares blancos. Gracias a su sencillo vestido de flamenca, diseñado por la adorable Lourdes Montes, se llevó el premio de «mejor vestida en la Feria de Sevilla 2018», un honor febrilmente disputado entre tantísimas coquetas presentes.
Nuestra diseñadora favorita aún tenía mucho que enseñarle a la excitable marciana que le había salido como hija. Principalmente el de no acabar como lacaya de tu propio vestido, cosa que es difícil de conseguir con personalidades como las del vestido flamenco...
El camino hacia la perfección flamenca –en la que se otorgan leyes y bendiciones propias– es uno largo y lleno de flores. El brillante recuerdo de la Duquesa de Alba nos sigue orientando a todos hacia aquel anhelado destino, a través de finitos laberintos de volantes y pasión.
Para aquel que buscaba un descanso de tontería y frivolidad, o un pensamiento enteramente formado, este no ha sido su artículo.
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