Opinión
De manifestación a romería
Las manifestaciones del 1 de mayo han perdido fuerza y sentido. Nada que ver con las que, al principio por separado, convocaban las centrales sindicales de Marcelino Camacho y Nicolás Redondo. Aquellas manifestaciones de antaño se distinguen de las de hogaño por la categoría de sus dirigentes. Ha menguado mucho esa categoría personal y profesional. Por otra parte, lo mismo CCOO que UGT se han visto obligadas a integrar en sus marchas a Bildu, que es la ETA, y al separatismo catalán con el fin de nutrir con más asistentes sus concentraciones. Pero nada que ver. Como sucedió con la gran marcha carlista a Montejurra, que terminó en romería. En su maravilloso y muy difícil de encontrar libro de poemas de Luis Sánchez Polack, Tip, «Cantares del Mío Tip», le dedica a Comisiones Obreras una canción de cuna, algo resentida por el paso del tiempo y la pérdida de adaptación a la actualidad: «Duerme mi niño/ que viene el CCOO CCOO/ y se lleva al patrono/ que paga poco./ Duerme muchacho,/ carita de acelga,/ que viene Camacho/ y te lleva a la huelga./ ¡-Arrorró, arrorró!/ El niño sigue llorando,/ ¡La madre que lo parió!/ Y la madre sonriente/, porque es madre y porque es buena,/mete al niño en el retrete/ y tira de la cadena./A dormir, que andan brujas/ –dijo el Alcalde–,/ a dormir que andan brujas.../ y era Tamames». Tip le perdió el respeto a las romerías del 1 de mayo con su habitual prontitud.
Las romerías de verdad son las del Rocío o el Santuario de Santa María de la Cabeza, cumbre de Sierra Morena, en Andújar. Pero desde mayo a octubre, España es una romería diferente cada fin de semana. Les sucedió a Fraga y Pío Cabanillas. El primero representaba la inteligencia, la cultura y el estudio. Pío era menos inteligente pero mucho más listo. «A Manolo le cabe en la cabeza todo el Estado, pero ni una letra más». Prueba de la torpeza de don Manuel para valorar a su gente fue su apuesta por Jorge Verstrynge. A primeros de junio, Fraga y Cabanillas participaban en Galicia en una campaña electoral. Día de calor tórrido. El viento sur en el norte es devastador. Habían intervenido en Orense y viajaban hacia Foz. Galicia es un paraíso, y pasaron por un paraje embaucador. El remanso de un río, el agua azul transparente... –Vamos a darnos un chapuzón, Pío–. Iban vestidos de mitin, con traje oscuro y corbata. Se desnudaron completamente y en pelota picada se lanzaron a refrescarse en el río. Los escoltas de la comitiva vigilaban. Para llegar a los coches, tenían que atravesar un pradito ascendente de veinte metros. Y como siempre sucede en Galicia, se oyeron unas gaitas y llegó una romería. Fraga y Pío en porretas. –Pío, a la de tres, salimos a toda pastilla hacia los coches–. Y Fraga, muy pudoroso, se tapó sus industrias con las manos. Pío le gritó. –¡No Manolo, así no!–, y salió del agua con las manos ocultando su rostro. La listeza contra la pudorosa inteligencia. Y ya en el coche, le decía Pío a Fraga. –Manolo, tu pudor es elogiable, pero por el pito no te habría reconocido nadie–. Las romerías, siempre conllevan riesgos y sustos.
Sucede que una romería con disciplina sindical resulta muy aburrida. Para colmo, a su término, el romero está obligado a oir unos discursos que se saben de memoria. De ahí el descenso de participantes y la factura de los autobuses para trasladar a Madrid a los romeros que no pueden escaquearse. En tiempos de Marcelino Camacho y Nicolás Redondo, la manifestación del 1 de mayo era como un Real Madrid-Atlético. En la actualidad es un Navalcarnero-El Álamo, y ha perdido interés. Todo está dicho y todo se repite. Las romerías campestres tienen la particularidad del rincón escondido en el bosquecillo y la posibilidad de rendir cuentas con la primavera con un fornicio romero. Pero en la calle de Alcalá de Madrid, esa particularidad carece de alicientes. Así que ya ha pasado, con más pena que gloria, el 1 de mayo, el de la romería urbana que, tiempos atrás, era una manifestación.
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