Opinión
Torra, el ridículo
Es consustancial a los personajes ridículos, como los de Kundera, que aumentan hasta el infinito su capacidad de causar vergüenza ajena. Rufián bailando es ese amigo con el que no quieres salir a la pista a no ser disfrazado. Torra, él solo, su propia presencia, es ese hombre de raza circense, felliniano, Torra de los espíritus, que no sabe que es un payaso. Un auténtico «clown» interpreta; él improvisa. «Balada triste de trompeta» pasada de revoluciones, como los discos de 33 rpm cuando se escuchan a 45. Ahora se entiende la sonrisa perenne de Pablo Iglesias durante su entrevista felpudo. Creíamos que era sintonía antisistema a la italiana. El ridículo lo es en tanto que no se da cuenta.
En el poco tiempo que lleva al frente de la Generalitat ha rebosado todas las copas de cava en una borrachera del humor surrealista, tan daliniano. Le falta ingenio, aunque apunta esas maneras, tan mediterráneas, de arder en su propio desbarajuste. El episodio norteamericano, en este festival folclórico, con los dardos a Morenés, los cánticos de Els Segadors y los castellers a las puertas del recinto de donde salió y no le dejaron volver a entrar es pura poesía berlanguiana. «¿De dónde ha salido este hombre?», se preguntaban en la remilgada Washington. Que vaya con cuidado Sánchez al encuentro o acabará con un monigote en la espalda.
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