Opinión

Esa mortificada clase media

En unos tiempos en los que la socialdemocracia no vive precisamente sus mejores momentos en Europa, huérfana de un discurso acorde con la nueva situación sociopolítica y entregada, cuando no rehén, de gran parte de los postulados impuestos por los populismos de extrema izquierda, lo que suele quedar cuando se llega a los gobiernos es la obsesión por el gasto público, el «reparto de dividendos» cuando la economía está recuperada o en camino y, sobre todo, el impulso de unas medidas, que cuando se anuncian a bombo y platillo situando a «los ricos» como primeros damnificados a la hora de rascarse los bolsillos por el bien general son en realidad las clases medias las que ya se están echando a temblar o, para ser más exactos, los autónomos, los pequeños empresarios que levantan cada mañana la persiana del negocio o ya saben, los únicos sin posibilidad de escatimar un solo céntimo de euro al erario público a través de sociedades interpuestas o patrimoniales como son los cotizantes vía IRPF. Los bancos, las grandes multinacionales o las operadoras de las redes e internet acaban sufriendo, si acaso, un liviano «pellizco de monja» disfrazado de valeroso «meneo» a los poderosos. Ocurre en la actual tesitura que vive nuestro país, que los mimbres son los que son, con unas habas que el gran auditor europeo tiene ya más que contadas. Cuando Zapatero llegó al poder en 2004 la economía española volaba a la mayor velocidad de crucero de toda su historia reciente, herencia de un Aznar que ejercía de «prima Donna» en los foros de Davos o Ambrosetti y se pavoneaba con sus grandes números por Europa, tal vez restregándoselos más de lo debido a socios no tan agraciados. «ZP» no dudó en tirar de «agenda social», derramas de 400 euros a todo cotizante, cheque bebé o leyes que quedaron varadas en vía muerta cuando se acabó el «cash» como la de dependencia, pero «la mascletá» aguantó hasta 2008, suficiente para volver a ganar las elecciones. La situación actual es completamente distinta. Ni la caja que recibe Sánchez está llena a rebosar, ni la coyuntura internacional está para tirar cohetes, más bien todo lo contrario. Amagar con nuevos impuestos a los más poderosos para acabar cargando las exigencias de déficit de Bruselas y los gestos de pancarta de «15-M» de Podemos sobre las espaldas de los autónomos y de cotizaciones a cargo de rentas no precisamente millonarias puede merecer muchos calificativos, pero desde luego no el de una política de izquierdas tal y como pretende venderla un ejecutivo supuestamente socialdemócrata. Las medidas que se atisban desde el gobierno –conocidos algunos datos incluso «ninguneados» en su momento a la UE– no solo pretenden obviar que nos encontramos en claro período de desaceleración con el consiguiente riesgo de destrucción de empleo, sino, lo que es peor, parecen solo encaminadas a apuntalar la permanencia de un gobierno en precario hasta 2020 y a toda costa. Para entonces, aun siendo ya tarde, tal vez volvamos a escuchar desde el atril de la Moncloa aquello de ¿crisis?, ¿qué crisis?