Opinión

40 años de reforma

En 1978, justo cuando los españoles refrendaban la actual constitución, China se encontraba en una situación penosa. Solamente contaba con un banco, carecía de compañías de seguros y estaba ayuna de otras instituciones financieras. Por añadidura, la eficacia de su industria era deplorable y durante los veinte años anteriores el ingreso anual en las ciudades –no digamos el campo– había aumentado menos de cuatro yuans al año. Fue entonces cuando Deng Xiao Ping, un superviviente del infierno de la Revolución cultural, convocó una Conferencia nacional de la ciencia que reconoció honradamente que China estaba entre quince y veinte años por detrás del resto del mundo y que padecía «el pensamiento de la extrema izquierda». En la misma línea, el Guanming publicó un editorial afirmando que «la experiencia basada en los hechos es la única medida para juzgar la verdad». Del 18 al 22 diciembre, la III sesión plenaria del XI Comité central del partido comunista decidió valientemente el paso de la vida «politizada» al desarrollo económico. Los resultados serían espectaculares. En treinta años, China multiplicó por diez mil sus reservas nacionales. Hoy, su economía ha pasado de ser el 1,8 del PIB mundial al 15,2 y su tasa de crecimiento ha contado con una media del 9,5 anual muy por encima del 2,9 de la tasa global. A decir verdad, las cifras del hambre en el mundo han disminuido drásticamente porque China ha sacado de la miseria a centenares de millones de seres humanos. En estos momentos, China libra incluso un combate a cara de perro por la hegemonía mundial. Cuesta mucho no establecer comparaciones entre ese nuevo camino chino y el nuevo camino español comenzado en 1978. Cuesta mucho porque China ha hecho casi todo bien para engrandecerse como nación y mejorar la existencia de sus habitantes y España – que estaba muy por delante – ha hecho casi todo mal. China ha recuperado Hong-Kong mientras que Gibraltar sigue siendo británica. China ha entrado en el listado de las diez primeras universidades mundiales mientras que España a duras penas entra en el de las doscientas. China mantiene su integridad territorial mientras España sufre que unos mindundis quieran aplicar la vía eslovena. China puede ofrecer a sus ciudadanos unas más razonables esperanzas de que vivirán mejor mientras que España no puede garantizar ni el cobro de las pensiones. Definitivamente, algo hicieron ellos bien y nosotros, mal.