Opinión
Julen
Siempre he creído que la felicidad es posible para todos y que está en la luz y el amor. Por eso desde que leí la noticia de la desaparición del pequeño Julen y la supuesta malísima suerte de haberse caído por un pequeño agujero que resultó ser un pozo tan profundo como un edificio rascacielos con 107 metros de profundidad y tan solo 25 centímetros de diámetro, el mundo se detuvo.
Cuando los equipos de rescate se toparon con material duro, la solidaridad a raudales con los familiares, de vecinos, policía, bomberos, técnicos, mineros y toda la clase de personas y profesionales de la tierra, la gente que ha cedido sus casas para que se alojen, las personas que están trabajando... nos devuelve la esperanza y nos recuerda que el amor es el camino.
¿Cuántas veces hemos deseado volver a nacer? Ser de nuevo niños para sentirnos seguros en los brazos de mamá y papá. Pero cuando tú eres la madre o el padre y metros hacia el centro de la tierra te separan de lo que más quieres en el mundo, impidiéndote dar abrigo, seguridad y calor a tu retoño de dos años, se te parte el alma y mueres en vida. ¡No puedo imaginar un dolor más grande y desgarrador! De hecho, quienes hemos seguido día tras día la desesperada búsqueda hemos podido sentir ese dolor al ponernos en el lugar de sus padres y también en el lugar de Julen. Creo que no lloraba tanto desde que supimos que el pequeño Gabriel descansaba ya en el cielo. Toda la fuerza y el amor del mundo para esos padres, José y Vicky, que perdieron a su hijo mayor Oliver, cuando tenía solo 3 años, en 2017, por un ataque cardíaco.
Siempre trato de buscar lo que nos trae felicidad. Y por supuesto es el amor el principio y el final. Que la vida compense a esta familia con la que lloramos y nos esperanzamos todos, por la que todos rezamos y que, por favor, les devuelva a la vida.
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