Opinión
Proceso contra el «procés»
En «Técnica del golpe de Estado» Curzio Malaparte describió las tácticas de las asonadas modernas, pero desconociendo la transmisión de imágenes a distancia no pudo estimar el poderío de aquellas sobre la conciencia colectiva. España es el único país del mundo en el que los golpes de Estado se retransmiten en directo por televisión y en horarios de máxima audiencia, lo que aporta pinceladas surrealistas y hasta oníricas a los procesos judiciales subsiguientes. Durante el juicio militar a los jefes y oficiales implicados en el 23 F la barra de abogados defensores martilleó el clavo de que no se dio violencia al no haber muertos ni siquiera heridos de alguna consideración; el tiroteo en el Congreso o los carros hiriendo el asfalto de Valencia no supusieron violencia sobre las personas o los legítimos poderes públicos. Oír para creer. Ante el alegato coordinado de las defensas sobre que los encausados no habían asistido a ninguna tenida conspiratoria el teniente coronel Tejero se desahogó: «Acabará resultando aquí que el único que estuvo en el Congreso fui yo». Ventajas de haber visto por televisión un «reality» sobre «Juego de Tronos» o la simple traición a la patria en el telediario nocturno. Los sucesos en Barcelona de octubre de hace dos años los conservamos en la retina (como los lejanos del 23 F): un referéndum de utilería, violador de la Constitución y con Oriol Junqueras (que no ha aprovechado un año de cárcel para perder cintura) cantando sus resultados cuando las urnas aún corrían por las calles catalanas, Carme Forcadell leyendo ante las cámaras la proclamación de la República catalana o el corresponsal de Cataluña en Waterloo poniendo la independencia unilateral entre paréntesis a la espera del internacional zapatito de cristal que la legitimara. Pese a los más de ochenta millones de turistas, la mayoría europeos, que nos visitan cada año, no faltará algún periodista extranjero que, ignorante o venal, describa la democracia española como propia de los grandes lagos africanos, que carecemos de libertad de expresión, con los derechos del hombre nos hacemos tirabuzones y consideramos el pensamiento como delito flagrante. Es como si tras haber contemplado el crimen por un canal gore tuviéramos que tipificar lo suyo a uno de esos descuartizadores al uso.