Opinión
El lío
Los dioses se han conjurado para que, en esta semana, se haya formado en España un lío monumental. Lo cierto es que la cosa venía de lejos, de cuando se evidenció una fragmentación política que no cuadraba con nuestro sistema electoral. Óscar Alzaga lo diseñó para que Adolfo Suárez ganara las elecciones de junio de 1977, pero no para que fuera más allá. Sin embargo, los bipartitos a derecha e izquierda —y el nacionalismo periférico— que se beneficiaron de él sumando primas de representación a costa de los partidos minoritarios, no sólo lo conservaron incólume, sino que lo constitucionalizaron, haciendo de él una estructura rígida e inadaptada a los tiempos que vinieron después. Y en ello estamos desde hace cuatro años mientras se va desmoronando la gobernación del país. El miércoles lo vimos nítidamente cuando decayeron los presupuestos mientras el fiscal Zaragoza pronunciaba una meritoria defensa del Estado democrático ante los magistrados del Tribunal Supremo. Fue entonces cuando se materializó lo que ya se sospechaba: que un gobierno no se puede apoyar sobre diez patas parlamentarias, cada una de su padre y de su madre, cada una llevando el agua a su molino cuando los molinos distan tanto entre sí que no puede haber abundancia para todos. Y se desencadenó el lío.
Porque lío es que haya que celebrar todas las elecciones dentro de una prolongada campaña. Que algunos partidos, entre otros el del gobierno, no tengan candidato a la presidencia porque no han celebrado las primarias reglamentarias. Que, en este ambiente de división de opiniones políticas –todas ellas legítimas, o eso se presume, y todas con posibilidades de representación– no estén calibradas las inevitables coaliciones postelectorales. Que, además, esas coaliciones puedan tener una composición variable, según sean las poltronas a rellenar, de manera que un mismo partido –y dentro de él un mismo líder– haga bueno y malo, simultáneamente, a cualquiera de sus oponentes en el momento de convertirlos en socios para una cosa o repudiarlos para otra. Y lío es que de todo esto no acabemos sacando nada en claro y volvamos a repetir la asignatura como, por cierto, ya ocurrió la otra vez.
En este país que todavía es España alguien debería ponerse a pensar en que se necesita una estabilidad institucional que no deje resquicios para que los nacionalistas periféricos, ahora convertidos en secesionistas, metan su barrena para dinamitarlo y resquebrajar su esencial unidad. Una estabilidad que transita forzosamente, se quiera o no, por un cambio en el sistema electoral que haga más selectiva la representación política. Y mientras tanto, solo queda el remedio de establecer coaliciones preelectorales que orienten el voto de los ciudadanos.
✕
Accede a tu cuenta para comentar