Opinión

Resurrección

Recién la Prensa egipcia se alborozaba por la teórica ubicación en el desierto de la tumba de Cleopatra y Marco Antonio según egiptólogos locales. Arqueólogos e historiadores más prolijos de aquella querella romana envuelta en un lío de faldas con la tan inteligente como poco agraciada (según las monedas) e incestuosa Thea Filopátor (era macedonia) dan pocos visos de acierto al brumoso hallazgo y menos que los desdichados amantes yazcan juntos como los enamorados de Verona o los novios trágicos de Teruel. Pero sería, llegado el insólito caso, una exhumación equiparable a la de Howard Carter con Tutankamon, hijo del primer monoteísta conocido, Akenaton, e hijastro de la sí hermosa Nefertiti, probable primera faraona dadas sus artes y ambición. Pareciera que los españoles, arrebatados de democracia y populismo solo escarbamos en las cunetas y las tapias de los cementerios a los anónimos asesinados del bando vencido en la última y enésima guerra civil, dejando el descanso en paz a los principales y responsables, hasta que el admirado Pedro Sánchez tomó su primera decisión como gobernante no de cambiar el colchón matrimonial, como presume, sino de desterrar al general Franco de su tumba en un heroico acto de ejemplaridad y prosperidad moral, ética y estética. Ya lo ronroneó largamente su inspirador, Zapatero, tropezando con tal embrollo legal y, casi, teológico que el evento publicitario ni siquiera salió a la luz. Dicen los hispanistas que enterramos muy bien (lo que es falso) cuando lo único constatable es que desenterramos chapuceramente y hasta hay un negocio de medro cambiando los cadáveres a féretro barato. Aquí lo que hacemos es adelantar la resurrección de los muertos tras la batalla de Armaggedon prevista en el Apocalípsis por San Juan entre el bien y el mal. En «1984» el ex comunista George Orwell, quien se desengañó participando en nuestros errores fraternos, escribió que quien controla el pasado domina el presente, y en eso es en lo que está la progresía socialista española tan abducida por su memoria histórica. Como «Funes, el memorioso», de Borges, acabaremos exhumando, con mayor razón, a Fernando VII, el Rey felón que felicitaba a Napoleón por sus victorias sobre las guerrillas españolas, fusiló a los liberales por mor de su absolutismo, dejó en herencia las guerras carlistas y solo dejó respeto por su descomunal aparato genital. En este calvario de la exhumación de dictador un juzgado de Madrid deja en suspenso el permiso de Escorial para la pamema funeraria en vísperas de Carnaval. No ya la ley sino los sentidos común y de caridad dan la última voluntad a la familia directa del cristiano, por encima de la Iglesia, excepto para la investigación de delitos concretos investigados por un juez, que no es el caso. El presidente solo está iniciando una trocha pedregosa que puede durar años y quizá descarrilar. Zapatero fue más prudente y Sánchez un precipitado de la chapuza. Siempre ha sido mala cosa desenterrar políticamente a los muertos.