Opinión

De nuevo «Lisístrata»

Mañana toca la manifestación mundial de las mujeres cargadas de razones, aunque el día del macho ni está ni se le espera, ni falta que hace. Los cambios generacionales son inevitables como la gravedad, pero desde que Dylan cantara «los tiempos están cambiando», da vértigo el acelerón de las transformaciones sociales. Ojeando al menos la Prensa occidental puede ser que las españolas se lleven la palma de sus reivindicaciones y enojos más allá que otras, y son jaleadas hipócritamente por el abanico político que ante unas elecciones se apodera de cualquier causa. El escribidor sobre mujeres ha de aplicar autocensura, ya que el proverbio persa aconseja no herir a una mujer ni con el pétalo de una rosa, y hay que seguir a Calomarde asegurando que «manos blancas no ofenden» aunque te acaben de cruzar el rostro. Umbral no podría volver a escribir que la mujer es un animal de puro frío sin padecer un rosario de incomodidades. Mañana la razón de las calles está en el cumplimiento de la Constitución, que equipara a hombres y mujeres como sujetos de iguales derechos y deberes, y que ningún Gobierno ha cumplido. Ni Zapatero, autoproclamado «defensor de las mujeres», se atrevió a cerrar la brecha salarial activando la Inspección de Trabajo porque nuestra economía necesita de mano barata. En el siglo IV a.C., Aristófanes, en su comedia «Lisístrata», retrató a las atenienses y espartanas en huelga de sexo para parar enhebradas guerras fratricidas sin sentido, metáfora de un primigenio feminismo. Superado el sufragismo, el nuevo feminismo es un caleidoscopio de reclamos sobreactuados. La violencia cero no existe en la naturaleza y las mujeres no quieren saber que España es uno de los países más seguros del mundo. Al contrario que el Corán, la palabra de la mujer vale más que la del hombre, crece la discriminación positiva como si las féminas fueran una especie protegida en vías de extinción, los varones se sienten vilipendiados por serlo, y desaparece el epiceno para decir jóvenes y «jóvenas». Conviene manifestarse, pero tras haber leído a Engels, «la mujer es el proletariado del hombre», más que a Beauvoir y a las neurocientíficas que han demostrado empíricamente la inexistencia del cerebro unisex.