Opinión

¿Segunda vuelta?

Quizá de aquí a dos meses se produzca la constelación de los astros y tengamos que alterar nuestro sistema de representación electoral por decisión de los actuales protagonistas políticos si es que no se pliegan a ser otra Bélgica que estuvo años gobernada «de facto». Las elecciones legislativas próximas son a cara o cruz y los sondeos de opinión escrutinio de las entrañas de las ocas. Parece que lo único perceptible con cierta seriedad es que ningún partido obtendrá mayoría absoluta, e, incluso, que la primera minoría mayoritaria necesitará algo más que el viejo apoyo antaño otorgado por el catalanismo de Jordi Pujol, entonces disfrazado de hombre de Estado y garantía de la gobernabilidad de España.

Lo que puede ocurrir tras votar viene gestándose desde 2016 (ayer) en que Mariano Rajoy gobernó de hecho durante 315 días como presidente sin elección parlamentaria, y llegó a serlo gracias a la abstención de 68 diputados socialistas de un PSOE tan impredecible como el de ahora. Esta cuestión de los gobiernos «de iure» o «de facto» o de prórroga, no son novedad en el mundo y hasta han dado para análisis económicos tan jocosos como ciertos. Entre 1996 y 2003 largos apagones afectaron por días o semanas al sur de Canadá y el noreste de Estados Unidos dejando millones de afectados pero, sobre todo, a Washington DC sin electricidad. Los expertos aseguran que nunca funcionó tan ágilmente y tan bien la política y la economía estadounidense como cuando la administración federal estuvo paralizada. Motivo de reflexión. Al menos el interinato de Rajoy fue, económica y socialmente, un espejo de agua sin brisas.

La moción de censura de Pedro Sánchez urdió una mayoría parlamentaria de cajón de sastre, de retales cosidos con hilo quirúrgico autofagocitable, que desaparece en sí mismo, de aquí te pillo y aquí te mato, de rastrillo de promesas imposibles de cumplir, peripecia nada deseable que comenzó con la exhumación de Francisco Franco y acaba con el mismo Franco en su tumba, salpimentada menos de media legislatura con una apoteosis de decretos-leyes.

Si Pedro Sánchez ganara por una cabeza no es posible que repita la cosecha de peras con manzanas que le llevó al poder más inestable de la democracia. Ni ningún otro en su misma tesitura. Jugar con el Rey Felipe VI al frontón sin una pelota cohesionada no es recomendable y se abriría la posibilidad de que una mayoría parlamentaria eligiera un caballero blanco bajo el imperativo de convocar nuevas elecciones con fecha legal y no con aparentes buenas intenciones como las ya experimentadas. Si así fueran las cosas nos estaríamos inventando una especie deformada de segunda vuelta no presidencialísta, mudando la Constitución sin cambiarla, por la fuerza de los hechos de una clase política demasiado deteriorada.