Opinión
Sánchez Ferlosio
Ya sabemos que los camposantos están llenos de personajes imprescindibles pero hay algunos difuntos cuya conversión en ectoplasma nos recuerda la decadencia de nuestra sociedad dividida entre necrófilos y necrófobos. Se ignora como Rafael Sánchez Ferlosio ha podido sobrevivir hasta nonagenario creciendo, siempre creciendo, en un humus de banalidades, tonterías santificadas como dogmas de fe, donde se cultiva una ignorancia de las que sacan pecho y donde se ha destruido el lema del antiguo Estado Mayor prusiano: «Ser antes que parecer». Tras un dramático divorcio de la también escritora Carmen Martín Gaite, cabalgando la gualdrapa del fallecimiento a manos de la heroína de una joven en aquellos años baldíos de la movida que nunca se movió, se mudó a un apartamento vacío y en vez de pasearse por una gran superficie adquirió tablones de diferentes consistencias, armándose con una ferralla de instrumentos manuales anticipos de las radiales o los destornilladores eléctricos; y se fabricó su propio mobiliario, acaso en un acto de redención por la hija perdida. Recibía periódicamente noticia de sus andanzas e industrias por medio de su cuñado Javier Pradera, otro excéntrico de la modernidad y el pensamiento débil, a quien se recuerda vagamente por su vinculación a un periódico y no como gran editor y difusor cultural. A Pradera le degradaron en un patio de armas como teniente jurídico-militar y al poco, junto a Jorge Semprún, Fernando Claudín y él mismo, el Partido Comunista les expulsó de su seno en un castillo de los reyes de Bohemia por «cabezas de chorlito» según Pasionaria. Pradera me mantenía al tanto de la novedosa organización fisiológica y ritmos circadianos de Ferlosio: hacía trabajar su cerebro 24 horas ininterrumpidas, luego se aparejaba un comistrajo y dormía hasta sentirse descansado para retomar la jornada stajanovista del día mental completo. Fue el mejor escritor de su generación perdida pero desdeñó su propia novelística para estudiar lingüística y tampoco se prodigó en ensayos solo entendibles por ilustrados. Como es norma la Real Academia, poblada de pitufos y pisaverdes, le ignoró, aunque es dudoso que acudiera a sus sesiones, tal como su padre Sánchez Mazas, no se presentaba en los Consejos de Ministros de Franco, siendo uno de ellos, hasta que el general mandó a un ujier que retirara su sillón. Poderosas inteligencias aparecen en sus libros tras una apariencia personal imperceptible. Ferlosio vestido de mendigo, barba de tres días y pelambrera electrificada, te sometía con una mirada bondadosa que solo lagrimeaba cociente intelectual.
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