Opinión

Mi 14 de abril

Ayer algunos que no pueden recordarlo, recordaron al 14 de abril de 1931, fecha nefasta para España. Al contrario, yo celebré por lo alto mi 14 de abril, que fue el de 1991, día en el que fui derrotado en mi mayor victoria en las elecciones a la presidencia del Real Madrid. Me venció Ramón Mendoza por unos centenares de votos. Ramón, que fue siempre mi amigo, años más tarde, comiendo un arroz en Casa Benigna, me reveló que Lorenzo Sanz, con la colaboración de la Gestora del Real Madrid presidida por un tal Zapata y con conocimiento de la Junta Electoral, había introducido en las urnas los votos a favor de la candidatura de Mendoza de unos centenares de socios fallecidos. No se había puesto al día el censo, y los muertos, por unanimidad, votaron a Ramón.

Ser presidente del Gobierno es mucho más fácil que ser presidente del Real Madrid. Más aún, cuando se llega a las elecciones con un saco repleto de avales y otro saco aún más lleno de ingenuidad e inexperiencia. El objetivo de mi candidatura no era otro que recordarle a Ramón Mendoza que no era el propietario del Real Madrid, objetivo inalcanzable hoy en día porque el actual presidente, con las normas que ha impuesto para competir con él, aunque no sea el propietario efectivo del Club, lo es en realidad. Entre los míos, el único que deseaba ganar con todas sus fuerzas y sueños, fue mi vicepresidente tercero, Ramón Calderón, excesivamente dispuesto a informar de los avatares de mi Junta a José María García, al que deseo un tranquilo y sereno atardecer vital. Mi Junta lo fue de auténticos señores, Fernando Satrústegui, Juan Guerrero-Burgos, Carlos Dolz de Espejo, Alfonso López-Pelegrín, Eduardo Escalada (Agitación y Propaganda), Julio García, Felipe Hinojosa, Rosario Silva, Paz Casañé. Luis Butragueño... No teníamos un puñetero duro, nos enfrentamos al poder establecido, el Real Madrid de Mendoza había ganado cinco Ligas seguidas, La Gestora nos boicoteó, la Real Federación Española de Fútbol nos consideraba unos intrusos, y la prensa deportiva, excepto unos pocos periodistas, se situó en nuestra contra. Los Ultrasur, al conocer que mi primera decisión era disolverlos y cerrar sus locales del Estadio, me amenazaron y cumplieron su amenaza incendiando mi oficina electoral, una frutería llamada «La Piña de Oro» sita en la calle Marceliano Santamaría.

Se llegó a un acuerdo con un fotógrafo alemán con apellido muy musical, Strauss, para que me hiciera la fotografía del «póster» electoral. Su primer paso fue pegarme las orejas con un pegamento que tardó en desaparecer treinta días. Como alemán, no entendía que un individuo con esas orejas despegadas pudiera ilusionar a los socios del Real Madrid. Contratamos en Niza –entrenaba a la Sampdoria–, a Boskov, y días antes de las elecciones, supuestamente con dinero del Real Madrid, se le ingresó a Boskov una agradable cantidad de millones a cambio de abandonar nuestro proyecto, cuyo original manuscrito del propio Boskov guarda Juan Guerrero-Burgos. La puerta de mi casa amaneció dos mañanas con machetes clavados en la madera, y el jefe entonces de los Ultrasur, un tal Ochaíta de Sacedón, me grabó una charla con él, sin importancia alguna, por indicación de Lorenzo Sanz.

El día de las elecciones, 14 de abril, llovía. La jornada resultó inolvidable e interminable. Victoria de Mendoza por unos pocos centenares de votos, los de los socios fallecidos. Curiosas reacciones. La sede electoral de los ganadores era una tumba, y la de los perdedores, una fiesta. Habíamos obligado a Mendoza a competir, y lo habíamos hecho con brillantez. Toda su experiencia a punto estuvo de sucumbir ante nuestra ingenuidad. Mi mejor victoria fue una preciosa derrota.

Ya en mi casa, dormí veinte horas seguidas. Y me desperté feliz. Conseguí más de 14.000 votos, y como buen madridista, el primero que celebró mi derrota fui yo. Días antes, con las encuestas a favor – no conocía a Tezanos–, me asaltaba una permanente pesadilla. –Y si gano, ¿de qué hablo con Butragueño?–. La noche de las elecciones, los miembros de la Junta de Mendoza volvieron a sus casas, resueltamente abochornados, mientras los míos celebraban el revés en una discoteca cantando el «karaoke». Un tiempo inolvidable, de espionajes, traiciones, deslealtades y sobre todo, de amistad profunda con los leales.

Lo mejor para mí, para mis compañeros y sobre todo para el Real Madrid fue perder con tan escaso margen y tanta alegría. Mi 14 de abril es un día que recordaré siempre, libre de trapos tricolores e iglesias incendiadas.