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Opinión
San Borondón
Pablo Iglesias nos ha revelado a los españoles e inmigrantes en España un dato de excepcional interés. En su casa de Galapagar, se compra Mistol y no Fairy. El motivo, que es más barato. Lo ha hecho durante un descanso en su afán de tremolar banderas siempre que no sea la de España, hacia la que ha reconocido su rechazo cercano al odio. La última, la bandera separatista de Canarias, que diseñó el abogado y terrorista Antonio Cubillo, fundador y líder de un movimiento secesionista canario bastante complicado de pronunciar, el MPAIAC, el Movimiento para la Independencia del Archipiélago Canario. Cubillo, con poca imaginación, tan escasa como la de los diseñadores de la Estrellada catalana, en lugar de crear una bandera para tan impronunciable movimiento, se limitó a estampar en la bandera autonómica de los canarios un círculo con siete estrellas, una por cada isla. Gran Canaria, Tenerife, Lanzarote, Fuerteventura, La Palma, Gomera y Hierro. Olvidóse el abogado terrorista canario de La Graciosa, preciosa isla habitada, y más aún de la isla navegante de San Borondón, una isla que es un reflejo óptico, un juego de las luces y el aire, un espejismo prodigioso e inalcanzable. Millones de canarios y visitantes han logrado ver algún día la isla de San Borondón, pero nadie ha llegado jamás a sus playas y sus acantilados. Cuando menos se espera, desaparece, como el Nautilus del Capitán Nemo. «Los Sabandeños» del gran Elpidio Lagunero, compusieron una romántica balada a la isla que no es isla, sino sueño de los ojos y miradas cansadas de tanto mirar al mar.
Si Cubillo, que sufrió un atentado en Argel de manos de dos mercenarios españoles amparados por Marruecos – Cubillo estaba políticamente ligado al Frente Polisario del entregado Sahara Español–, y hubiera sido un canario con todos los sentimientos y emociones en su sitio, su bandera independentista tendría nueve estrellas en lugar de siete. Se echan de menos las estrellas de La Graciosa y de San Borondón, del mismo modo que en Villa Tinaja se añora el Fairy que lavaba la ropa de Iglesias en sus años vallecanos en perjuicio del Mistol, hogaño triunfador para blanquear la colada del humilde chalé de La Navata.
A Iglesias en cambio no le preocupan los detergentes que destiñen. Enarbola banderas con la posterior franja desteñida del rojo al morado, al violeta, al lila o al azul, porque la efímera grímpola republicana presenta muy diferentes versiones cromáticas en la franja posterior de su fea composición. Ignoro la marca de detergente que usan los republicanos que no conocieron la Segunda República, ni sus desastres ni sus terribles consecuencias, para sacarlas en el día conmemorativo de la trampa, o en los mitines de socialistas, comunistas y podemitas. Para mí, que los detergentes son diferentes, porque los resultados del color de la última franja no coinciden en absoluto. O se lavan las banderas con Fairy o se lavan con Mistol, aunque sea más barato, pero sin complicarnos las entendederas, que llevamos unos días de sorpresa en sorpresa. Manifestación republicana en Madrid, y la franja en cuestión luce morada. Otra manifestación en Valladolid, y la franja es lila. Tercera manifestación en Gandía, y el morado se tiñe de violeta violento, y en otro lugar, el violeta se hace azul, que a su vez, tampoco es un azul de mensaje unánime. Y todo por no adoptar la valiente medida de elegir, definitivamente y sin complejos, el Mistol o el Fairy. En La Moncloa, desde que la habitan los Sánchez, se usa Fairy, pero Fairy de importación, que es más caro, lógicamente. En ese aspecto, Rajoy, al que se acusa con justicia de dubitativo, fue infinitamente más seco y concluyente: «Vivi, en esta casa, Fairy».
Pero volemos de nuevo hacia nuestro amadísimo archipiélago canario, el de las siete islas que son nueve sumando a San Borondón. Años llevaba la creación
– por llamarla de alguna manera-, del difunto Cubillo guardada en los armarios de la inutilidad anímica. Y llega Iglesias, que sabía de las islas Canarias de oídas, y enarbola tremola y contonea su incompleta y olvidada bandera separatista. ¿Por qué le gustan tanto a Iglesias las banderas separatistas? ¿Por qué le ponen más nervioso que la espalda desnuda y figurada de Mariló Montero brotando sangre en sus azotadas heridas? Séame permitido exponer mi confusión. Desea formar parte del Gobierno de la nación que aborrece. Esa contradicción es, en un rango de menor importancia, la que le ha llevado a no saber explicar públicamente las diferencias domésticas que se establecen entre el Fairy y el Mistol. Que el Mistol sea más barato no significa que haya que desautorizar al Fairy. Como no hay justificación en el olvido de la bandera independentista canaria de La Graciosa y San Borondón, que resume en su espejismo lo que es Iglesias en la política. Un paisaje de nada.
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