Opinión
La envidia de Aquiles
Era un buen profesor de Griego. Le decíamos «Rasputín» porque no superaba los 140 centímetros de altura. Colchonero y gruñón, asiduo jugador de dominó en el «Pon Café» de Rios Rosas. Se encendió una discordancia con el gran profesor de Latín, Santiago Amón, también profundo conocedor de Homero. «Okús podás Akilleus», así en el sonido, «Aquiles, el de los pies ligeros». Pero Amón defendía la traducción literal, «Aquiles, el ligero en cuanto los pies». Todos los que traducimos el texto en el examen al modo de Amón fuimos suspendidos. Qué tiempos aquellos. Aquiles, joé que tío, la madre que lo parió. Más rápido que un azulón al vuelo, con sus sandalias de cuero y sin marca, vencedor de Héctor, el troyano, hermano de Paris, que le robó al rey de Esparta, Menelao, hermano de Agamenón, a su bellísima Helena. Extensa y dramática historia que resume en un epigrama el poeta chocoano Ricardo Carrasquilla («Versos Chuecos» de Daniel Samper Pizano) que alcanza la perfección de la síntesis reuniendo la Ilíada en cuatro octosílabos: «Se robaron a una niña,/ y como era linda joya,/ hubo furibunda riña/ y ardió la ciudad de Troya».
Aquiles no envidió a nadie. Corría, luchaba y sudaba como ningún guerrero. Había sido tocado por los dioses, y su único punto vulnerable, el talón que lleva su nombre, se lo atravesó de un flechazo Paris, el responsable de aquel tremendo lío. Unos chirrichirris con Helena, la esposa del pobre cornudo Menelao, a cambio de centenares de miles de vidas y la destrucción de Troya. Pero de haber vivido en nuestros días, Aquiles habría envidiado al atleta Pedro Sánchez, que hace «running» en Lérida, se traga diez kilómetros, no suda, y al ir corriendo con una somera levitación sobre la tierra y el barro, termina su epopeya sin una mancha en sus zapatillas color amarillo, como los lacitos, que nada en este mundo es casual. Se toca con una gorra bastante hortera – lo es de cuna–, y sonríe con su habitual falsedad. Milagro de hombre o milagro de marca deportiva. Eso sí, como es persona de mundo y muy viajada por cierto, él mismo reconoce haber cubierto diez kilómetros de «running», que hace unos años se decía «jogging», que más años atrás se llamaba «footing», y que la gente normal que no se dedica a gilipolleces pijas, renuncia al «footing», al «jogging» y al «running» y se limita a correr. –¿Dónde vas, Peter, con ese equipamiento tan precioso?–; –Bego,voy a hacer diez kilómetros de «running» y posteriormente a posar para que el fotógrafo me inmortalice–; –Oh, Peter, ¡Cómo me pones!–.
Analizo el documento gráfico y carece de desperdicio. Su texto, que ilustra y acompaña a la fotografía, además de mentiroso es de una cursilería lacerante: «Acabo de terminar mis diez kilómetros de Running hoy en Lleida. ¡¡Buen día a tod@s!! ¡¡Bon día a tothom!! Feliz jueves». Ha corrido por una zona boscosa, húmeda y embarrada como consecuencia de las últimas lluvias, y sus zapatillas de deporte, amarillas, no presentan ni una brizna de fango ni una mota de tierra adherida. Sus «leggins» negros, una auténtica preciosidad. Camiseta blanca, perfectamente limpia y recién planchada. Ni una gota de sudor. Y la gorra de Adidas, asimismo impactante. Es tan mentiroso que falsea hasta una actividad tan tonta como correr diez kilómetros en Lérida que no ha corrido. Pero me ha parecido un detalle de alta sensibilidad su saludo a tod@s y a Tothom, que tiene que ser su proveedor de ropa deportiva. –Oye, Tothom, mándame lo mejor que tengas, que me ha dicho mi asesor de imagen que tengo que salir de dulce de membrillo. Y como la mentira es en Cataluña, que las zapatillas sean amarillas, como las de Guardiola–.
Rajoy corría, pero se le notaba el esfuerzo. Esa mirada perdida, esa devastación en las corvas... Y también corrió Aznar, y después de correr hacía cien flexiones, y adelgazó una barbaridad y se le puso un carácter malísimo, del que todavía restan reacciones y posos. La que no corrió durante el período de su poder omnímodo es la de Valladolid y letrada de Cuatrecasas, que redondeó su aspecto. Pero no mintió ni se hizo fotografías para engañar al personal. En ese aspecto, fue honesta, y hasta ejemplar. El poder incita al atletismo de fondo. Eso sí, hay que cuidar la medida del lenguaje. –Peter, ¿dónde vas tan impresionante?–; –me voy a correr–. Cuidado, que hay otras interpretaciones. Quizá, para evitarlas, se dedica al «running» aunque no runguinée nada de nada. Decía el gran Evaristo Acevedo, que en sus tiempos de cartero, le emergía el pudor y la timidez cuando llevaba a las casas una carta certificada. «Me avergonzaba que creyeran los receptores que los provocaba en su sexualidad con mi placa de “Correos”». En fin...
Que de conocer Aquiles a Pedro Sánchez, sus pies ligeros le pesarían como piernas de hipopótamo. Feliz día a mis lector@s y un abrazo a Tothom, que tiene que ser un tipo encantador.
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