Opinión

Mi amigo Luis

Soy razonablemente consciente de que las penas íntimas y profundas no son asuntos a tratar en un artículo de opinión. Pero me da igual. Hoy escribo llorando la muerte de mi amigo Luis. Luis De la Peña Riva. Llevaba muchos años, desde que cumplió los cuarenta, con el corazón herido. Asturiano y andaluz. Ingeniero Naval. Gran empresario del negocio naviero. Amigo profundo, discreto en su vida y sólo extremadamente exagerado en su generosidad con sus amigos. Como la espiga: Firme en el suelo, flexible al viento, duro en la trilla y haciendo pan.

Luis podría haberse ido en Somió o en Madrid. Somió, Los Pinos, su casa asturiana, la de sus padres, con el inmenso jardín que ha dejado con su cancha de croquet para Graciela. O en Madrid, donde vivía a un paso de decidir su abandono. Pero se fue en su sitio adorado, el suyo, el que creó para él, Graciela, sus hijos, sus nietos y sus amigos. El Horcajuelo, primer impulso de la sierra de Andújar, corazón de Sierra Morena. Luis, que ganó en su vida tanto honrado dinero como injustas envidias, vivió siempre ajeno a los fastos de los nuevos ricos. Lo era cuando nació y mucho más, gracias a su inteligencia y trabajo, cuando decidió Dios llevárselo desde su rincón predilecto. Luis instaló todas sus ilusiones en El Horcajuelo, Buenavista, el Cerro del Moro y la Dehesilla de Rojas. Y ahí sí era desmedido en la generosidad con sus amigos y en la bravura de su exagerada voluntad de hacer felices a los suyos. Se ha marchado cuando disfrutaba de su copa de vino a la vista de la dehesa movida que se alza frente a su porche, con su jardín perfecto, otro croquet para Graciela, el estanque de los cormoranes, y el camino hacia las cuadras y el guadarnés. Ahí estarán, mientras escribo en mi norte, que era el suyo, todos los que le querían rodeando su quietud. Graciela, Luis, María, Juan, Alejandra, sus nietos, los amigos que convivieron su muerte, y sus compañeros del Horcajuelo. Emilio y Juani, Pedro, Paco y Charo, Antonio y Yolanda, y Juanillo. Gijón y Madrid eran mucho para Luis, pero El Horcajuelo lo fue todo. Su obra. No hay campo en España mejor cuidado, mimado y planteado. Fue tan inteligente que supo encontrar a los mejores y más leales colaboradores para conseguir el milagro. Y lo disfrutó como nadie, sobre todo cuando certificaba el disfrute de sus amigos, a los que entregó todo a cambio de nada, si es que el abrazo inmenso de la amistad no significa nada para algunos.

Luis fue brutalmente envidiado por los mediocres. No le perdonaban el triunfo de su vida empresarial, que le produjo cinco infartos. Desde su despacho de Madrid controlaba los movimientos de su naviera familiar, que él multiplicó por cien. Era un español total, leal a su Bandera, orgulloso de su raíz e incondicional servidor de la Corona. Mi cuñado, el conde de Labarces, y quien escribe, recibimos en su día el título honorífico de copropietarios del Horcajuelo, y hemos llenado los últimos años de nuestras vidas de recuerdos de Luis y de Graciela, de Emilio, de Paco y Antonio, de las tortillas de patatas de Charo, de los pimientos picantes de Pedro. Y de Francisco, su compañero del día a día, leal y siempre pendiente de sus gestos.

Luis era tronante. Cuando se encendía –que lo hacía habitualmente– no dominaba el tono de su voz. –Luisín, me parece muy bien que estés enfadado con Fulano y con Mengano, pero no creo oportuno que se enteren todos los clientes del restaurante-; –pues que se jodan–, culminaba. Hacíamos en las últimas semanas quinielas electorales, y estoy seguro de que ahora las rellenará con su amigo Juan Pedro, que se fue el último verano.En los años más recientes, más de diez, hemos comido, cenado, bebido y conversado todas las semanas, y en repetidas ocasiones. Detrás de su temperamento, vivía una sensibilidad asombrosa y permanente.

Hace menos de dos horas que he sabido que se ha marchado, y no se lo puedo perdonar. Esas cosas se avisan, Luisín. Te has ido sin sufrir, pero nos has dejado el sufrimiento a los que aquí seguimos. Has sido un amigo con mayúsculas. Un ejemplo de generosidad. Un ser incorregible y obcecado. Un marido y un padre que todo lo pensó para el futuro de los suyos. Y un amigo de los que no se encuentran en la vida.

Mañana saldrás por última vez de tu Horcajuelo, de tu rincón en Sierra Morena. Pero estarás presente en todos sus paisajes, tan cambiantes como prodigiosos. Tus risas volarán sobre la vista infinita que abarca desde Buenavista al Mulhacén. Dios te acoja con el cariño que has dejado en la tierra. Que sople el viento a tu espalda y te haga más fácil el camino hasta sus manos generosas.

Hasta muy pronto, Luis, mi amigo.