Opinión

Políglotas

No lo había oído. Y reconozco que he quedado fascinado al atender una bella alocución de Pablo Iglesias en inglés. Acento perfecto y un caudal de palabras dominadas y puestas en su sitio. Como el gran Federico Martín Bahamontes el Águila de Toledo, primer español en triunfar en el «Tour» de Francia, allá por 1959, y que al ser preguntado por un periodista francés en el parque de los Príncipes por sus sensaciones, respondió con gran dominio de la lengua de Voltaire, Rousseau, Dalambert y Diderot: - Je le dedique ma victoire a Fermine, la madame de moi-.

Un político nacional con aspiraciones a presidir España, está obligado a dominar varios idiomas, como Aznar y Rajoy. Y Pablo Iglesias los domina, si bien no tengo referencias de su donaire en francés. El inglés lo habla como un lord. Conocí a una duquesa, tan chiflada como «snob» que lloró el fallecimiento de una vaca con honda pesadumbre. No le gustaban las vacas, excepto aquella, porque era «beige y muy chic». A su vaquero, cuya mujer terminaba de dar a luz unos mellizos, se interesó por los recién nacidos de una manera confusa. – Me encantaría ver sus «babys», Lorenzo-; -señora duquesa, soy muy antiguo, y mis «babys», como usted los llama, sólo me los ve mi Filomena-. Aquella mujer, que en paz descansa, se quejó a una amiga de la imposibilidad de encontrar en las droguerías de Marbella jabones «Lax». Su amiga le recomendó que los solicitara por su verdadero nombre, es decir, jabones «Lux». Pero la duquesa no se amilanó: -Prefiero no lavarme a perder mi inglés-.

Manolo Summers, el genial Summers, onubense de La Antilla y descendiente de irlandeses, viajaba en un vagón abarrotado de usuarios en Nueva York. Por causas desconocidas, y sobre todo, inesperadas, el tren frenó bruscamente, Manolo voló por los aires y terminó por contactar violentamente con un negrazo que sucumbió con el impacto. Los dos en el suelo del vagón. El negrazo en decúbito prono, y Manolo sobre él, en decúbito supino. Se apresuró Summers a excusarse, pero como no dominaba el inglés como Pablo Iglesias, en lugar de un «I´m sorry» le salió un «I love you» que no terminó de aceptar el colisionado. –Eso te pasa por no dominar bien el idioma extranjero-, le dijo un socio, ya en el hotel.

Me he reencontrado con el formidable libro de José Antonio Garmendia, «La Taberna de El Traga», un local de Sevilla, ya desaparecido, y poblado por los mayores y más tiesos ingenios de la maravillosa ciudad. Prologado por Antonio Burgos, recoge anécdotas prodigiosas de aquel sitio que ya no existe. Y una de ellas es mi preferida, a pesar de su paisaje trágico. La muerte de «El Brillantina», el primer flamenco de la Historia que se murió en inglés. «El Brillantina» era palmero de un cuadro flamenco, que de vuelta de Jerez, donde habían actuado, la camioneta que los volvía a casa, por aquello de la mezcla de fino, noche y arte, se topó con un árbol. Todos ilesos, el Piripi, el Gringo, el Niño de la Isla y la Simona, menos el Brillantina, que agonizaba en la camilla de una Casa de Socorro. Se le acercó el Gringo y le cuchicheó: -Brillantina, ¿quieres que busque a un sacerdote y te unte con los aceites?-. Los aceites, es decir, los Santos Óleos de la extremaunción. Y Brillantina, «con sus ojuelos mortecinos, en una mirada de último momento, contestó con el más puro acento de Oxford: Yes». Y se murió. Se murió en inglés. El genial Garmendia, atleta, poeta sevillano descendiente de vascos y rescatado por Carlos Herrera, escribía rotundos epigramas en inglés, el idioma preferido de Pablo Iglesias. «To be or not to be/ That is the question./ De papas con tomate/ ¡Cómo me he ''puestion''!».

Ustedes se preguntarán –y hacen bien-, qué hago escribiendo de estas cosas cuando España y los españoles pasamos por momentos de tribulación, mudanza y cierto asco. Precisamente para aliviar la tribulación, la mudanza y el cierto asco. ¿Por qué escribo de nimiedades cuando en Venezuela están muriendo en las calles y en los hospitales los resistentes demócratas a manos de los sicarios del asesino Maduro? Por egoísmo. Pensaba en escribir un artículo comentando las palabras canallas de Iglesias y Garzón y me he sentido abrumado por el desaliento. Entiendo que Iglesias –y probablemente Garzón-, se sientan obligados por agradecimientos pecuniarios a defender al camionero genocida. Pero yo no estoy obligado a dedicarle al asesino poco más que mi desprecio, y a sus defensores, el hastío y el aburrimiento.

Me perdonarán si no lo aceptan así. Sucede que respeto mucho a mis lectores y no quiero saturarlos con indeseables. C,est fini. Voilá, y olalá. The end.