Opinión
Exportadora
Un divertido cantante catalán, Dodó Escolá, tenía en su repertorio –no muy extenso, la verdad-, una balada surrealista. «La Naranja y el Limón». Se trataba de una triste historia de amor de una naranja y un limón, como es de suponer. Su último tramo, estremecedor. «Pero un día, triste día/ vino un barco naranjero/ y a su media naranjita/ se llevó hasta el extranjero,/ y el limón del limonero/ se puso enfermo y se murió./ Y aquí termina esta historia de amor/ ¡Por culpa de la exportación!».
Con mucha menos clase, talento y buena educación, la política separatista Nuria de Gispert se ha referido a la eficaz exportación de cerdos catalanes a otros territorios de España. «Cataluña aumenta sus exportaciones» anuncia bajo el dibujo de un inocente cerdito rosado. Y relaciona las últimas operaciones exportadoras: «Girauta a Toledo, Arrimadas a “Madriz”, Milló a “Andalusía” y Dolors Montserrat a la UE». Sin comentarios.
Tengo que advertir a los lectores que, desde muy niño, mi simpatía por la señorita o señora de Gispert es descriptible. Cuando desobedecíamos o simplemente nos portábamos mal, nuestra madre nos amenazaba de esta manera a los seis hermanos menores: «O dejáis de hacer el indio – en aquellos tiempos era frase permitida-, o llamo a Barcelona a la tía Nuria». La tía Nuria, era efectivamente, Nuria de Gispert, sobrina de mi tatarabuelo paterno, Enrique de Gavaldá y de Gispert. Nuestra madre nos mostraba una fotografía de la tía Nuria, y los seis hermanos rompíamos en estruendoso llanto. E inmediatamente, dejábamos de hacer el indio y nos afanábamos en terminar los deberes escolares.
En ninguna de las muchas ocasiones que he viajado a Barcelona, he visitado a la tía Nuria de Gispert. No es mujer que me atraiga. De siempre me han asustado sus ojos, protagonistas de una mirada que produce altos recelos de cercanía. La tía Nuria no inspira comodidad en el trato ni se espera de ella el detalle de un regalo en la Pascua de Resurrección, una mona de esas de chocolate que sientan tan mal a los receptores del obsequio. Es más de «caganer» que de mona, siempre que se me admita este ingenioso juicio de valor.
Y tiene un carácter ajeno a la prudencia y el freno. Ni con riendas de cuero de Ubrique y embocadura de plata se reducen los tonos perforantes de sus relinchos. Y esa mala costumbre le ha llevado a insultar a cuatro catalanes que merecen mucho respeto. Olvida a los académicos de la RAE Pere Gimpferrer o Félix de Azúa, y al gran porcino, el genial Albert Boadella, uno de los catalanes más brillantes de este entresiglo, orilla del XX y margen del XXI. Lo que no entiendo es que haya elegido al cerdo para insultar a sus ilustres paisanos. El cerdo y el hombre están muy cercanos en la genética, y la tía Nuria no es ajena físicamente a esa inmediatez. Tengo una colección de cerditos muy estimable. Del cerdo me gustan hasta sus andares. Nada me emociona más en el campo que la súbita aparición de un jabalí –Sus Scrofa-, el cerdo salvaje y serrano, y cuanto más arocho, mejor. He conocido cerdos adorables y cerdos antipatiquísmos, pero culinariamente a nadie más que al cerdo he agradecido su existencia. Eso sí, tía Nuria, cerdos de dehesa, de bellota, no de los que exportáis desde Lérida o Gerona, que son cerdos de peor calidad y más limitada conversación. Si un día, tía Nuria, te apetece insultarme, llámame «murciélago», pero jamás cerdo, porque lo tengo incluido en mi memorial de elogios y piropos. No obstante, otras personas no lo consideran así, y llamar cerdos a cuatro catalanes por no coincidir con tus ideas, tía Nuria, tía Nurieta, Tita Nuri, dice muy poco de tu buena educación, y me duele por nuestro parentesco.
Permíteme, tía Nuria, que relacione tu creciente amargura con la dureza diaria que has padecido en tu vida al mirarte cada mañana al espejo. La cara es el espejo del alma, como dijo Tolstoi, sí, tía Nuria, el ruso, que era un tipo de armas tomar. En el resto de España estamos acostumbrados a soportar los insultos y desprecios de los separatistas catalanes, que todavía no he comprendido qué motivos tenéis para creeros superiores. Reconoce, tía Nuria, que tú, precisamente tú, no eres superior a nadie. Ni en la ética ni en la estética, ni en la gramática, ni en la humanística. A pesar de nuestro parentesco, tía Nurieta, eres una paleta y una aldeana, con o sin campanario.
No tengas duda alguna de que quedo gustoso con todos los cerdos catalanes que has exportado con tu mala educación. Pero renuncio a la exportadora. No obstante, para que veas que no todos somos como tú, te mando un beso. Eso sí, por el papel, que a besarte personalmente no me atrevo, y lo comprenderás. Tu sobrino que no te quiere, Alfonso.
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