Opinión
Nada de tía
Aborrezco hablar por teléfono. Considero que ese invento, genial por otra parte, se ha extralimitado en sus funciones. Mi móvil es de los buenos, de los antiguos. Un LG modelo baquelita de luto. Recibo llamadas, hago llamadas, recibo mensajes y redacto mensajes. Nada más. Volvía de mi norte a Madrid el pasado sábado y tuve que apagarlo. «Apagado o fuera de cobertura», como dice la linda voz de la robótica. El buzón de mensajes de voz, cancelado por superar el límite de admisiones.
Todo ello por una broma literaria. Escribí el pasado viernes que era sobrino de Nuria de Gispert, la bruta ésa. Me inventé un tatarabuelo paterno, Enrique Gavaldá de Gispert, y que mi madre y de nueve hermanos más, nos amenazaba con un castigo brutal cuando nos portábamos mal. «O dejáis de hacer el indio o llamo a la tía Nuria». Y nos mostraba su fotografía, y todos rompíamos en llanto, fraternalmente aterrorizados.
Nada. Es cierto que llevo el apellido Gavaldá en tercer lugar, como el Real Madrid en la clasificación liguera. Pero nada más. En Andalucía, preguntan por los parentescos con una fórmula que puede antojarse erótica, o en el caso que me ocupa, escalofriante. Y una amiga de Sevilla, con la voz alarmada, interrumpio mi sueño a la altura de Los Corrales de Buelna y me pregunó: –¿De verdad te toca algo Nuria de Gispert?–. –No, gracias a Dios no me toca nada–; –entonces ¿por qué lo has escrito?–; –para divertirme con ingenuas como tú, que no distinguen las ironías–; –pues este año, que no se te ocurra venir a la Feria–. Y no he ido a la Feria. La verdad, es que no voy a ferias desde que mi juventud desapareció de la noche a la mañana muchos años atrás.
Me han llamado de Santander, San Sebastián, el Puerto de Santa María, Madrid... No soy sobrino de la Gispert y por ende, no me toca nada. Soy y así me considero, un escritor frustrado. De los miles de artículos que he escrito y publicado, los que han tenido más repercusión escrita o telefónica han sido los siguientes. En LA RAZÓN publiqué una columna en blanco, en blanco total, titulada «El Pensamiento Político de Zapatero». Gran éxito. Otro dedicado a Zapatero «Promesas de Zapatero» que empezaba diciendo «bla, bla, bla», seguía leyéndose «bla, bla, bla», y terminaba de este modo. «¿Bla, bla,bla? Bla». Éxito rotundo. Y el tercero, éste de mi parentesco con Nuria de Gispert, la condecorada por llamar «cerdos» a los catalanes no nacionalistas. Claro, que el condecorador, el atractivo y elegante Quim Torra, nos llamó a todos los españoles «bestias carroñeras». Por otra parte, la Gran Cruz de San Jorge, «Grand Creu de Sant Jordi», es una cosa muy moderna, local y nada honrosa, desde que se concede a personas como mi tía que no es mi tía, afortunadamente.
Ya he contado algunas anécdotas con origen en la ironía. Escribí que un grupo de indios cururúes, para vengar el honor de su princesa presumiblemente –gran falsedad–, seducida por Antonio Mingote, vinieron a España a saldar cuentas con el seductor, y al no encontrarlo, dispararon una flecha que atravesó el muslo de Isabel, la mujer de Antonio. Se publicó en «Época», y a primera hora de la mañana llamó para interesarse por el estado de Isabel Camilo José Cela. Y que existía un balneario, el de Kiffloej, en Islandia, especializado en reducir las grasas corporales. Se cubría el cuerpo de los clientes con escamas de hembras de salmón atlántico, se introducían posteriormente en las aguas termales del lago Kiffloej –que no existe–, y alcanzaban la playa en la salida con quince kilogramos de menos. Antonio Mingote tuvo que explicar a Torcuato Luca de Tena que se trataba de una broma, y Jaime Campmany al exministro Mortes Alfonso. Ninguno había conseguido contactar con el balneario, hazaña imposible por su inexistencia.
A partir de hoy, que ya lo he explicado, advierto que si alguien me pregunta por mi parentesco con Nuria de Gispert, será retado a duelo con pistola antigua, aunque esté prohibido.
¿A quién se le ocurre que una belleza masculina como la mía puede emparentar con semejante ser? Gracias, y perdón por la confusión.
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