Opinión

Rivera y la muerte de las bisagras

Las elecciones del 26 de mayo, desde el idealizado recuerdo para algunos de las municipales de 1931 –las que provocaron la proclamación de la República y las que llevaron a Alfonso XIII al exilio–, también serán el punto de partida de la reconstrucción del centro derecha. Iván Redondo, el protoasesor del líder socialista y otro de los ganadores de las elecciones, acertó de lleno al colocar primero las generales. Ahora, Sánchez quiere rematar la jugada para asegurarse una o dos prórrogas del contrato de alquiler que tiene en La Moncloa. Está convencido de que, con algo de suerte, puede soñar con el récord de permanencia en el Gobierno de Felipe González o, por lo menos, seguir en el poder hasta el final de la próxima década. La teórica bicefalia Casado-Rivera al frente de la oposición le beneficia, aunque al presidente tampoco le molestaría iniciar el camino de vuelta hacia el bipartidismo, eso sí, siempre que Abascal o cualquier otro sigan ahí para quitar votos necesarios para la derecha.

Albert Rivera, aunque pueda parecer lo contrario, está tan nervioso o más que Pablo Casado ante las europeas, autonómicas y municipales, en las que también influirá la desaparición de Rubalcaba. Lo único que le vale es un «sorpasso», pero necesita un «gran sorpasso». Un pacto PSOE-Ciudadanos es ahora casi inimaginable, entre otras razones, porque ninguna de las dos partes lo desea. El «no es no» de Rivera a Sánchez encierra más estrategia que la de arrebatar votos a los populares. El líder de Ciudadanos está convencido de que el destino de los partidos bisagra es «la muerte política» y, por eso, ha decidido quedarse con casi todo lo que hay a la derecha del PSOE. «Hay que estar en algún sitio», explican en la formación naranja para justificar su escoramiento, que ya les ha costado el llamado cinturón industrial de Barcelona, que fue uno de sus caladeros originarios. Rivera, que lo fía casi todo al «sorpasso», también cree que un pacto entre el PSOE y Unidas Podemos –Sánchez-Iglesias– le beneficia. Piensa que el desarrollo de ese acuerdo podría desgastar con rapidez al nuevo Gobierno y acortar la legislatura. Entonces habría llegado, por fin, su momento. No sería la primera vez que el aspirante a líder de la oposición –el PP tiene más escaños y es como se mide– errara en sus cálculos, pero él tiene muy claro que los partidos bisagra mueren y no quiere que Ciudadanos vuelva a ser considerado un partido bisagra.