Opinión

Ramadán

Desde el pasado domingo 5 de mayo hasta el 3 de junio mil seiscientos millones de musulmanes en el mundo entero celebran el mes de Ramadán caracterizado por el ayuno y la oración durante las horas diurnas de la jornada, es decir, desde que amanece hasta el ocaso del sol.

Durante esas dieciocho horas del día los fieles no pueden ingerir ningún tipo de alimento ni beber líquido alguno, incluida el agua; tampoco se puede fumar ni mantener relaciones sexuales. De esta manera se lleva a cabo una purificación del cuerpo y se reserva un mayor espacio de tiempo para visitar la mezquita, recitar las plegarias prescritas y leer el Corán.

Según una tradición milenaria durante este mes sagrado deberían cesar los enfrentamientos militares y el uso de la violencia pero, por desgracia, en los últimos años grupos de extremistas fraudulentamente inspirados en la religión han privilegiado el Ramadán para llevar a cabo actos de terrorismo causando numerosas muertes y heridas. Esto obliga a las autoridades de los países islámicos a multiplicar las medidas de vigilancia y seguridad en los lugares de culto.

Es evidente que no todos los musulmanes del mundo respetan estos preceptos porque la secularización también se ha infiltrado en las filas de los seguidores del profeta Mahoma. Pero son muchos, la mayoría, los que durante este mes observan escrupulosamente la ley y practican con mayor generosidad la limosna y la asistencia a los menesterosos. Es todo un ejemplo para los cristianos tibios y reacios a aceptar cualquier autocontrol de nuestras necesidades corporales.

Antonio PELAYO