Opinión

Grande en la derrota

Quiero que Rafael Nadal gane siempre. Pero mi deseo resulta imposible. Ya ha perdido partidos y perderá más. No obstante, Rafael Nadal me emociona más en la derrota que en el triunfo. Saber ganar es más o menos sencillo. Saber perder con humildad y señorío siendo un Grande –con mayúscula-, es más complicado. Y ello es consecuencia de su buena educación, de su pertenencia a una familia unida y ejemplar, y por supuesto, a sus cualidades y calidades individuales. Su derrota en el Mutua Open de Madrid en la semifinal disputada contra el jovencísimo griego Tsitsipas –los comentaristas afirman que se pronuncia «chichipás»-, fue una victoria estética. Nadal es el deportista que pierde sin un mal gesto, y que triunfa sin excederse en sus celebraciones.

Me hizo gracia lo de «Chichipás». Mi queridísimo, admirado y compañero de páginas Miguel Ors, extraordinario periodista especializado en Deportes, fue víctima de una desorientación en la pronunciación del alemán durante un Mundial de Fútbol, y creo recordar que en el primero celebrado en México. A Müller, Seeller y Beckenbauer, les decía «Mila», «Sila» y «Beckenbáua», y se mantuvo en sus trece todo el campeonato. Y el también grande y ya fallecido Alberto Castillo -¡Entró, entró!-, a Emerson le llamaba «Imerson», lo cual restaba importancia a las hazañas de Manolo Santana, por cuanto vencer sobre «Imerson» era menos valioso que hacerlo sobre Emerson, uno de los mayores genios de la historia del Tenis. Ser derrotado, después de un formidable partido, por Tsitsipas, es no sólo admisible sino lógico, porque juega al tenis de maravilla. Pero no merece nuestro insuperable Rafael Nadal caer vencido por un tal «Chichipás», que suena a marca de paño higiénico femenino con el siguiente mensaje publicitario: «Mujer, si quieres sentirte libre, segura y limpia, usa Chichipás».

Vuelvo a Rafael Nadal, e insisto, a su familia y su entorno. Los comportamientos públicos de los hombres y mujeres que destacan profesionalmente en sus vidas le deben casi todo a la buena educación. Me cuentan que su tío y entrenador Toni Nadal, con el consentimiento de los padres de Rafael, era extremadamente duro con su sobrino, al que formó como tenista y posteriormente como campeón. Después he sabido que el más inflexible y exigente educador de Rafael Nadal, es el propio Rafa, metódico e incansable.

Cuando las cámaras enfocan al palco de la familia Nadal, todo lo que se aprecia es armonía, buenas formas y mejor gusto. Djokovic es otro genio, pero no tiene el señorío de Nadal. Para mí, y lo siento por tratarse de un español, la antítesis de Nadal es Fernando Verdasco, siempre con sus gestitos, sus protestas, sus bocuchas y su distancia con la inteligencia deportiva. Se derrota a sí mismo. Y están las tres mujeres de Rafael Nadal, que merecen un comentario aparte. Su madre, su novia y su hermana, siempre en su sitio, sin perder la clase y los modos jamás. Todo eso se advierte en el comportamiento de Rafael Nadal en la cancha, en su trato con los aficionados, en su simpatía en las victorias y en la humildad en sus derrotas. Bastante ha ganado para que le exijamos que lo haga siempre. Esa exigencia sólo le compete a él, y la cumple a rajatabla.

Me dolió su derrota en Madrid ante Tsitsipas y no Chichipás. Pero de nuevo, me sentí orgulloso y emocionado por su humildad y buena educación. Dejará huella como campeón y como ejemplar ser humano, al igual que Manolo Santana, que no perdió la sonrisa en las pistas de tenis fuera triunfador o derrotado. Los triunfos quedan en las vitrinas repletas de trofeos, en los museos y fundaciones y en el historial de los grandes torneos. Pero lo que sigue y seguirá vivo, lo que prevalece, es la clase, la humildad y la buena educación. Y en ese aspecto, no hay quien le gane a Rafael Nadal.