Opinión

Adiós a la aldea gala madrileña

Roy Batty, uno de los replicantes protagonistas de Blade Runner, el ya clásico de Ridley Scott, pronuncia su famoso monólogo cuando se ve, en medio de una lluvia interminable, y con más que amargura recita: «Yo he visto cosas que vosotros no creeríais». En el último cuarto de siglo, los madrileños también han visto, vivido y disfrutado cosas que otros españoles quizá no hubieran creído hace años, pero que ahora envidian en muchas Comunidades, hasta el punto de que una parte importante de quienes pueden hacerlo se empadronan en Madrid, ciudadanos particulares y empresas. Destaca el número de catalanes que, oficialmente, se establecen en la capital de España, aunque luego su residencia habitual permanezca en Barcelona o en algún otro lugar.

Los madrileños han visto –y disfrutado–, por ejemplo, cómo es posible reducir los impuestos y que la economía y los servicios públicos y sociales –más allá de los problemas en los peores momentos de la crisis– no solo no empeoren, sino que haya más y mejores. Han comprobado cómo nacer, vivir, morir y, por supuestos, heredar en Madrid es más barato, en algunos casos mucho más, que en otros lugares de España, que llegan a ser auténticos infiernos fiscales, como el catalán, el andaluz o el extremeño, comparados con lo que ocurre en la Comunidad madrileña. La renta per cápita en Madrid, sin negar las desigualdades que existen en todas partes, es la mayor de España y también la actividad económica y de negocios. No siempre fue así, porque hace 30 años, en riqueza y renta per capital, Madrid estaba por detrás del País Vasco y de Cataluña. Nadie entonces hubiera creído que un cuarto de siglo después se produjera un «sorpasso» económico que ahora empezaría a estar en peligro, desde la libertad de horarios comerciales a la despenalización fiscal del ahorro o la enseñanza generalizada de inglés en todas las escuelas públicas y concertadas. Todo eso, que Ciudadanos, con mayor o menos entusiasmo, ha apoyado en los últimos cuatro años, se perderá, «como lágrimas de lluvia», si tras el 26 de mayo, los radicales Íñigo Errejón (Más Madrid) o Isa Serra (Podemos) –hasta hace poco presumía de cómo ponía silicona en los cajeros bancarios– son vicepresidentes en un gobierno que presida Ángel Gabilondo, que es moderado, pero que necesitará a unos extremistas cuyo propósito, como escribió Pablo Iglesias, no es construir un paraíso para los pobres sino crear un infierno rojo para los ricos, que son quienes ellos deciden. Madrid es todavía la última aldea gala fiscal y de libertades económicas en España, pero puede estar a punto de caer. Es la batalla de Madrid.