Opinión
El día del perjurio, Amancio y Pablo
Está escrito y dicho, y también grabado. Pedro Arriola, que se sentó cara a cara frente a los jefes etarras, decía que los terroristas «lo dejan todo por escrito y no mienten». Una excepción sin duda. Hoy, en el Congreso de los Diputados y en el Senado, es el gran día del perjurio y de las promesas falsas. La apoteosis de la mentira, mezclada con los ecos del desprecio de Pablo Iglesias a Amancio Ortega por una donación de 310 millones para equipos de diagnóstico y tratamiento para la lucha contra el cáncer. Para los podemitas el dinero de los ricos y menos ricos es bueno si se les arrebata con escarnio y ejemplaridad, no si lo ceden con generosidad. Oriol Junqueras, Jordi Sánchez, Josep Rull y Jordi Turull, juzgados por el Supremo y presos preventivos porque Puigdemont se fugó, prometen o juran hoy –con los circunloquios y coletillas que quieran– acatar la Constitución. Una farsa con luz y taquígrafos, sin duda imposible en otro Parlamento democrático. Ni ellos cuatro, ni tampoco un cierto número de diputados, tienen la más mínima intención de acatar la Carta Magna, sino todo lo contrario, desean hacerla saltar por los cuatro costados. Hay, además, quienes defienden una reforma constitucional por cauces legales, pero esa es otra historia que nada tiene que ver con las falsas promesas y los perjurios para acceder a la condición de diputado o senador.
Está grabado. Pablo Iglesias, mucho antes de disfrazarse con piel de cordero en la última campaña electoral, lo explicó con claridad. La reacción despechada de Isa Serra, candidata podemita a la Comunidad de Madrid, que hace poco presumía de inutilizar cajeros automáticos con silicona, a la donación del creador de Inditex, se remonta a la ortodoxia original de Unidas Podemos. El padre de los hijos de Irene Montero, que quiere ministros morados a toda costa, no improvisa, aunque tenga facilidad de palabra. El 29 de noviembre de 2012, en la prehistoria de Podemos, en el programa de televisión «La Tuerka», Pablo Iglesias dejó clara su política fiscal: «Yo creo que a la izquierda le iría mejor si en lugar de prometer paraísos para los pobres de la tierra, prometiera un buen infierno rojo para los ricos». Todo muy obvio, hay que acorralar fiscalmente a los ricos –mejor si es por la fuerza– porque eso da votos. El problema son los contagios, porque hasta el socialista Ángel Gabilondo, teórico modelo de moderación, defiende el impuesto de sucesiones –el menos injusto de todos, como sostenía Julio Alcaide– no por lo que recauda, sino por lo que supone de esfuerzo para algunos. Impuestos escarnio, no recaudatorios. Está escrito y grabado, como las falsas promesas y perjurios de otros.
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