Opinión

Ganadero

Conocí y frecuenté a Fernando Domecq Solís durante mi etapa en la punta salinera de la Baja Andalucía, cuando la Mili en Camposoto. El apellido Solís de su madre viene de Sevilla, pero Fernando era Domecq en su totalidad. Los Domecq son tantos que generalizar sobre ellos es absurdo, pero con el permiso de sus hermanos, Fernando destacaba por su simpatía, humildad y señorío. Su primo, Carlos Domecq Urquijo ha sido para mí un hermano elegido, un amigo que me acompaña todos los días desde el Misterio. Los Domecq nacen y viven sometidos al tópico, y a los durísimos versos que les dedicó Agustín de Foxá. Olvidó Foxá reconocer en el amor al campo de la familia Domecq su vertiente poética. Don Álvaro, el centauro, también ganadero de reses bravas, era un notable poeta. Y poeta el padre de Fernando, don Juan Pedro, que escribió un precioso poemario que tituló «Sobre el Arzón de la Silla». La dehesa, el toro y el caballo. Los Domecq Solís eran muchos, y faltan –que yo sepa–, Ana y Juan Pedro. Ana falleció muy joven y era, quizá, la más parecida a Fernando desde su timidez.

Fernando nació en Sevilla, que está muy bien. Nacer en Sevilla es un privilegio, pero era más jerezano que sevillano. Creo que le habría gustado nacer en Jerez, porque su campo y sus paisajes corrían por sus venas. Nieto, hijo y hermano de ganaderos, se independizó de los Jandilla de su casa y creo su propia ganadería, Zalduendo. El mundo del toro tiene mucha guasa y palabras esquinadas, pero a nadie de ese mundo cerrado, ingenioso, artista y difícil, he oído opiniones distantes referidas a Fernando Domecq.

Un día, en Martelilla, mientras sus hermanos y primos corrían liebres a caballo, quedamos al amparo de la chimenea Tomás Osborne, José Ignacio Benjumea y el que escribe. Me ofrecieron participar en el asunto, pero los caballos y yo no coincidimos en nada. En las pocas ocasiones que he accedido a montar sobre un caballo, el caballo se ha mostrado plenamente en desacuerdo con mi decisión y me ha tirado al suelo. Y aquella tarde, Fernando, que tenía 23 años, me dio con una sencillez y sabiduría pasmosa la más brillante lección sobre el campo de Jerez, el futuro de las ganaderías, la solución a sus problemas y el veredicto final. «Esto es una ruina que sólo compensa el amor por el toro y la satisfacción de ver como uno de los tuyos colabora en una obra de arte».

Fernando Domecq no se escondía en la ausencia de trato para ser igual que siempre en el reencuentro. Hay amigos que se dejan de tratar habitualmente y cuando vuelven a encontrarse se saludan como si no hubieran coincidido jamás. Fernando era siempre igual. El Fernando Domecq campero, sencillo, tímido y señor. «Hay muchos que llevan el apellido Domecq que son más guapos que nosotros, pero a campo no nos supera ninguno. Eso sí, Tito y Tintin –Huberto–, tío Álvaro y Alvarito, están en nuestra onda. Unos son de bodega, otros de ciudad, y nosotros, de campo».

Ser ganadero de bravo, hoy por hoy, es una heroicidad romántica. Los ignorantes del animalismo y el antitaurinismo nazi, creen que los ganaderos son multimillonarios caprichosos. La mayor parte de ellos pierden mucho dinero manteniendo y mejorando al toro de lidia, y sólo el milagro de la afición los sostiene. Fernando Domecq Solís, era un romántico encendido del campo jerezano y del toro. Una maldita enfermedad se lo ha llevado en la plenitud de la vida. Siempre recordaré su sonrisa, su naturalidad y sus palabras cortas y precisas. Fue un gran ganadero, un gran campero y un hombre bueno que hizo honor y sirvió con brillantez a su dinastía. Cuando un ganadero se va, la Fiesta se resiente. Y hoy se ha marchado uno de sus últimos románticos.

Buenos paisajes, Fernando.