Opinión
"Ministro, te lo juro por mi madre"
Por los Gobiernos de Franco circularon personajes atrabiliarios sin peana intelectual o de gestión, avalados solo por su obsecuencia al dictador, cuyo nombramiento propiciaba este comentario asombrado entre aquella clase política curada de asombros : «Fulano, ministro; te juro por mi madre». Un ministro ¡de Educación! adujo que era `poeta y en rueda de Prensa ripió: «Yo también puedo escribir los versos más tristes esta noche...» rastrojando el verso XX de «20 poemas de amor y una canción desesperada» del superconocido compendio del vate chileno Neftalí Reyes, alias Pablo Neruda. Rafael Sánchez Ferlosio, uno de los fundadores de Falange, sobreviviente a dos fusilamientos republicanos, fue ministro in absentia de Franco hasta que este ordenó a un ujier retirar su silla ya que jamás acudió a los Consejos. El filósofo Jesús Fueyo, director del Instituto de Estudios Políticos, obsesionado con los viernes de El Pardo plañedía a quien le quisiera escuchar: «¡Ministro, aunque sea de Marina!». Los llamados poderes fácticos no deben ser tan poderosos como se supone cuando el Ministerio se muestra como autopista al medro político y personal. La «ministromanía». El joven Pablo Iglesias lleva tiempo postulándose para algo más, aduciéndose ser imprescindible para que España se libre de la plutocracia, la falocracia y el tercermundismo. En la primera salida de Pedro Sánchez al campo se postuló repetidamente como Vicepresidente y firmaba acuerdos inanes en Moncloa con aquel en solemnes ringorrangos televisados como si ya lo fuera. Buen estudiante de Derecho y Políticas lo que más le puede ensalzar es su condición de buen cinéfilo aunque lo que frecuenta son las televisoras y no las cinematecas. Sin problemas económicos su currículum laboral es tan fino como un papel de fumar y no se le conoce otra capacidad o experiencia de gestión que la de un programa televisivo semiclandestino sostenido por afines iraníes. Se colocó delante de la manifestación de las protestas juveniles inspiradas en el opúsculo de un diplomático francés jubilado («Rebélate») convirtiéndose en el mejor surfero de esa ola y habitual de televisoras complacientes aunque solo se atrevió a lanzar su partido a la piscina por comprobar si había agua en unas elecciones europeas. «Podemos» es una extrapolación del publicitario «Yes we can» de la primera campaña de Obama, o de copia literal de un partido de derechas boliviano. Su mercadotecnia es imaginotecnia personal: en camisa a cuadros, pantalones de tiro bajo por la línea de la concepción para aparentar más altura y andares de piernas arqueadas para bambolear las puertas del «saloon». Para vivir como piensa se ha instalado en una casa en La Navata (estación ferrocarrilera de Galapagar) a lo que no habría podido acceder sin su resistible ascensión política, que escribiría el dramaturgo comunista Bertolt Brecht, ya que es claro que no vive como piensa, esa afección de tanto político de cucaña y aluvión. Cuando emergió a superficie Felipe González estimo que la entrada de «Podemos» (¿o de Unidas Podemos?) en la política nacional sería un absoluto desastre y con un Parlamento pentatapartido ya estamos viendo el surgir de un patio de colegio con peleas, acosos y cambio de cromos. Iglesias en el Gobierno es un peligro para España por su sectarismo, su verborrea populista e intoxicadora, la irresponsabilidad de sus ignorancias y su obsesión por crionizar un comunismo descartado por la Historia. Peor resultará para Pedro Sánchez abriéndole la heladera al oso famélico. Por su biografía cabe esperar cualquier despropósito del Presidente, incluido el asombrado clamor: «¡¡Iglesias, ministro; te lo juro por mi madre!!».
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