Opinión

Rumanía

Tres jornadas maratonianas y agotadoras para un anciano de 82 años. Así ha sido la visita del Papa Francisco a Rumania del 31 de mayo al 2 de junio. El primer día trascurrió en Bucarest. La nota dominante fue el diálogo con la Iglesia Ortodoxa rumana, la más numerosa después de la rusa. El Patriarca Daniel y el Pontífice se saludaron como hermanos evocando el abrazo que en 1999 se dieron san Juan Pablo II y el Patriarca Teoctist. Veinte años más tarde Bergoglio subrayó que era necesario «dejar a la espalda el pasado y abrazar juntos el presente».

La segunda jornada tuvo como escenario la región de Transilvania, parte en su día del Imperio Austro-húngaro e histórica fortaleza del catolicismo rumano. A pesar de la adversidad metereológica decenas de miles de fieles acudieron para asistir a la Eucaristía papal en el célebre santuario mariano de Sumuleu Ciuc; por la tarde ante el Palacio de la Cultura de Iasi, segunda ciudad del país, tuvo lugar el encuentro con la juventud y las familias.

El momento, quizás más emocionante del viaje, fue la beatificación ayer domingo en la ciudad de Blaj de siete obispos católicos salvajemente asesinados durante la tiranía de Ceausescu de los cuales sólo ha sido posible encontrar los restos mortales de tres de ellos. La Iglesia no recobró su libertad hasta después de la caída del dictador, fusilado con su mujer en diciembre del 1989.Hoy los católicos son una minoría (8% de la población) a la que la visita del Papa ha contribuido a afianzar su esperanza en el futuro.