Opinión
Cómo tropezar en la misma piedra
España, un decenio después y siete años más tarde de lo previsto, ha hecho los deberes. La Comisión Europea anunció ayer que sacaba al país del llamado Procedimiento de Déficit Excesivo (PDE), incluida felicitación del comisario Pierre Moscovici. Hasta 24 países estuvieron sometidos al PDE durante la Gran Recesión. España era el último que seguía bajo esa vigilancia y el que más tiempo ha necesitado para desembarazarse de ella. La explicación es tan sencilla como impopular. El ajuste, iniciado por el Gobierno de Zapatero y seguido por los de Rajoy, y por duro que pareciera, ha sido mucho más suave y gradual que el aplicado en otros países, a pesar de la «leyenda negra» asentada en la sociedad española, y que propició el auge de radicales de todo signo.
Los elogios de la Comisión Europea llegan acompañados de advertencias. España, ahora, no puede dormirse en los laureles y, aunque solo sea para seguir en el mismo sitio, debe pedalear sin descanso. Las autoridades de Bruselas dudan de los planes –que ven optimistas– del Gobierno de Sánchez. Recuerdan que es imprescindible reducir los casi 1,2 billones de deuda y que habrá que acometer otro ajuste estructural del 0,65% del PIB, unos 7.000 millones. Eso obliga a reducir el gasto por esa cantidad o aumentar los ingresos por el mismo importe.
España, es la herencia de Rajoy, le guste a quien le guste, está en una situación económica «estable», la mejor desde el inicio de la crisis. Los últimos datos del paro registrado y de afiliación a la Seguridad Social –recibidos con alborozo por Sánchez y su equipo– parecen confirmarlo. El número de cotizantes se acerca al récord de 2007, quizá el mejor año de la economía española de toda la historia, aunque todavía hay 1,5 millones de parados más que entonces. Bruselas, no obstante, también advierte sobre el abuso de contratos temporales y de la vinculación de las pensiones al IPC, que exigirá adoptar «medidas compensatorias».
La Gran Recesión golpeó de repente a España. Entonces, el Gobierno no quiso, no supo o no pudo –o todo al mismo tiempo– afrontar la realidad y, cuando lo hizo, se abandonó a una borrachera de gasto público y deuda como solución. El resultado es conocido. El paro superó los seis millones de personas y diez años para recuperarse. Tiempo de optimismo, pero la próxima crisis llegará, antes o después. La reciente experiencia –dolorosa– está ahí. Puede ser una guía para sortear problemas o un manual para tropezar en la misma piedra.
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