Opinión

Esto sigue revuelto, como la vida misma

Pedro Sánchez, al que algunos llaman con ironía «doctor» y los partidarios «presidente», aplica una política intermitente, «tartamuda» como diría Cela. Llamó a La Moncloa a Casado, Rivera e Iglesias con las urnas calientes y la mejor victoria con menos escaños, apenas 123, escasos para casi todo. «El presidente soy yo», era el mensaje que enviaba «urbi et orbe», ahora que Radio Vaticano emite en latín con acento italiano. El líder del PSOE ya pensaba en Europa, como Adolfo Suárez en el estrecho de Ormuz y Felipe González hacía migas con Helmudt Kohl y Margaret Thatcher algo que, por cierto, fue bueno para España. Cuentan que el primero devoró en un solo día un jamón ibérico pata negra entero y que «la dama de hierro» era de mantequilla ante el andaluz. Sánchez, político de esta época, no tiene prisa. Hoy vuelve a reunirse con Iglesias, Rivera y Casado. Tiene pendiente su investidura, pero antes espera brillar en la cumbre del G-20 en Japón, en Osaka –pronúnciese Ósaka– los días 28 y 29 de junio. Rivera sigue enrocado en el «no es no» a Sánchez mientras empieza a aceptar que Vox está ahí. Los 150 puntos que pactaron PSOE y Ciudadanos en 2017 mantienen su validez, pero no sirven para liderar la oposición ni para ocupar el lugar del PP. Manuel Valls, en Barcelona, le ha salido rana antes de tiempo. «Colau, sí; Vox, no». La burguesía catalana, que intentan reorganizar López Burniol y Alberich, en busca de una nueva Convergencia o similar, lo aplaude. Los votantes de Madrid y de buena parte del resto de España lo contemplan con perplejidad. Colau, «indepe» de noche, republicana de día, solo persigue seguir en la poltrona y enarbola la teoría del «mal menor» ante el independentista Maragall. Algunos no ven muchas diferencias. «Hay que hacer lo hay que hacer», dice Olli Rehn, finlandés aspirante a suceder a Mario Draghi en el Banco Central Europeo. Iglesias, en una aproximación a la tradición comunista búlgara –100% de apoyo al líder–, purga y remodela Podemos. Exige ser ministro. Es lo último que le falta para ser más casta que la casta que tanto denostó, pero Sánchez, que no se fía –Iglesias en el Gobierno sería un conflicto permanente–, prefiere otras compañías. El sueño imposible, porque alguien fue indiscreto, era la abstención del PP. Ahora, a Rivera y al líder del Podemos les amenaza con otras elecciones. Es la política intermitente, quizá tartamuda.

«–¿Esto no va demasiado revuelto?», apunta uno de los personajes de «Madera de Boj», la novela de Camilo José Cela.

«–No, esto no va más que algo revuelto», contesta otro.

«–¿Como la vida misma?», duda un tercero.