Opinión

Guía práctica para destituir a Iglesias

Pedro Sánchez no traga a Albert Rivera, no se fía de Pablo Iglesias ni tampoco de Oriol Junqueras –ni hablar de Puigdemont y su grupo de diputados vicarios que encabeza Laura Borrás– y Pablo Casado queda, por ahora, más allá del abismo que cavó con el «no es no» a Rajoy, todavía infranqueable. La gran victoria del PSOE el 28-A, con 123 diputados, cada día lo es menos, aunque sí suficiente para una renovación del alquiler de la Moncloa por cuatro años. Sánchez, Iván Redondo y José Luis Ábalos hacen números y, si ofrecieran las certezas demoscópicas suficientes, no dudarían en volver a las urnas, pero para un superviviente como el líder del PSOE la certidumbre del «pájaro en mano» ante «ciento volando» es ahora una opción imbatible.

Las cartas están repartidas y, faroles al margen, Iglesias está condenado, consiga lo que consiga, a apoyar la investidura sanchista, y a los «indepes» Junqueras y Rufián también les conviene lo mismo, aunque puedan enmascarar el apoyo y salvar la cara, propia y ajena, con una abstención estratégica.

Sánchez, descartado Rivera y que Casado mire hacia otro lado –es la opción preferida en la Moncloa, en el Ibex y en la Unión Europea agobiada con Italia–, será investido cuando más le convenga. Lo más probable es que ocurra a mediados/finales de julio, mientras Rajoy estará concentrado en el Tour de Francia, con Landa y Valverde y sin Froome. La hipótesis de retrasarlo todo a septiembre, con agosto en medio inhábil, no es computable, chirriarían las cuadernas del sistema y la teórica coartada de que sigue pendiente la sentencia del 1-O tampoco es válida. Las dudas de Sánchez surgen porque su gran problema es el día siguiente de la investidura con la formación de Gobierno y con la puesta en marcha de los Presupuestos de 2020. El presidente en funciones sabe que el gran asunto no es tanto abrir las puertas del Consejo de Ministros a Pablo Iglesias sino cómo destituirlo si fuera necesario –que podría serlo– en cuanto empezara a actuar por su cuenta y a comprometer a todo el Gobierno.

No es lo mismo pedir y exigir desde la «colaboración» que desde una poltrona ministerial. En septiembre, los Presupuestos serán la primera reválida de Sánchez y su futuro Gobierno y la factura que, desde dentro, tendría la tentación de pasar el líder podemita podría ser inasumible. El desafío de Sánchez, por eso, no es tanto nombrar a Iglesias como encontrar una guía fácil y práctica para destituirlo.