Opinión
No va más: las cartas sobre la mesa
La liturgia política exige apurar los plazos y rizar el rizo del postureo. En los Ayuntamientos, sin embargo, todo acaba hoy y, aunque no es habitual, no se descartan sorpresas. Madrid y Barcelona concentran el morbo. Ada Colau lloró el 26 de mayo cuando comprobó que no había ganado, que Ernest Maragall había obtenido unos pocos votos más que ella. Su único objetivo, y el de su marido y asesor Adrià Alemany, es seguir al frente del Ayuntamiento de Barcelona.
Republicana de día, independentista de noche, Manuel Valls, tras fracasar en las urnas y que casi no se habla con Albert Rivera –al fondo, Macron y Sánchez siembran cizaña–, decidió regalarle otro mandato para que la Ciudad Condal no sea indepedentista. La jefa de los Comunes –otra vez los extraños compañeros de cama de la política– tiene incluso el visto bueno de parte del empresariado catalán y también del catalanismo moderado, que anda en busca de un nuevo partido, como el mismo Manuel Valls. Los huérfanos de la histórica CiU, cuando no era «indepe» y la histórica burguesía buscan cobijo socioeconómico. Alrededor de José Ramón Bosch, que acaba de dejar Societat Civil Catalana, y de históricos convergentes como Campuzano, Teixidó, Gordó, Espadaler, intentan impulsar una opción electoral que –dicen– podría tener 250.000 votos en las elecciones catalanas.
Y para todo eso es importante que el Ayuntamiento no esté en manos «indepes». Es lo que justifica el apoyo insólito a la radical Colau. En Madrid, sobre la bocina, llegó el acuerdo inevitable Martínez Almeida-Villacís. Ciudadanos no tenía otra salida, una vez que descartó pactos con el PSOE y Más Madrid, que eran posibles, porque los socialistas querían evitar que el Ayuntamiento y la Comunidad estén en las mimsas manos. Ahora faltan los votos de Vox. Todo es posible, pero sus votantes no entenderían que Carmena siguiera como alcaldensa
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