Opinión

Toda la presión en el rincón de pensar para todos

Felipe González, doctorado «cum laude» en experiencia para no decir lo que no quiere decir –ni tampoco que se interprete–, envío ayer a los políticos españoles al rincón de pensar. Para que no quedaran dudas, añadió: «Que piensen en qué quieren para España, no para sí mismos». La relación entre el ex presidente y Pedro Sánchez se reduce a poco más que las formalidades cuando coinciden en algún acto público. González, en las primarias del PSOE, apoyó a Susana Díaz y hay heridas que tardan en cerrar. Sánchez no llama a su predecesor y el hombre que liberó al socialismo español del marxismo elude molestar al inquilino de La Moncloa.

Pedro Sánchez y Pablo Casado se reunían –en secreto hasta que lo desvelaron más tarde– en La Moncloa mientras González les mostraba el camino hacia el rincón de pensar, a ellos, pero quizá sobre todo a Albert Rivera y Pablo Iglesias. Las versiones de la conversación entre los jefes del PSOE y del PP son interesadas, pero los exégetas monclovitas detectan matices. El próximo Gobierno necesitará unos Presupuestos que, además, sean aceptados en Europa. Casado no puede facilitar la investidura de Sánchez, pero en La Moncloa, refuerza su liderazgo de la oposición, con Rivera en medio del laberinto. El bipartidismo imperfecto tiene siete vidas. El líder de Cs, tras el adiós de Toni Roldán, protegido económico de Luis Garicano, y la pataleta de Nart –dimito de la Ejecutiva pero me quedo el escaño europeo–, afronta la peor crisis de su partido. Rivera no quiere que Cs sea una formación bisagra, porque cree que ese tipo de partidos no sobrevive. Tiene grabada la historia de Nick Clegg, el líder de los liberal demócratas británicos, que tras gobernar en coalición con David Cameron como bisagra, fueron barridos en las siguientes elecciones. Él mismo perdió su escaño y abandonó la política. Ahora, junto a su mujer, la española Miriam González, es un consultor de lujo en Silicon Valley. Clegg fue viceprimer ministro cuatro años, pero Rivera puede quedarse a mitad de camino de todo. Soporta presiones quizá desmedidas, pero también adopta decisiones extrañas, como rechazar una reunión con Sánchez, que es lo que sugieren, con intención aviesa, desde las cañerías monclovitas. Ha cometido errores y sufrido traiciones como la de Valls –hay poca diferencia entre Colau y Maragall en la alcaldía de Barcelona– y tiene pendientes asuntos que marcarán su futuro, como su posición ante el gobierno de Madrid y la investidura de Sánchez. Todos tienen mucho trabajo en el rincón de pensar, pero quizá el que tenga más urgencias y sufra más presión sea Rivera, aunque Iglesias tampoco le anda a la zaga.