Opinión

Elogio (estéril) del bipartidismo

Pedro Sánchez le dirá hoy por carta a Meritxell Batet, presidenta del Congreso, cuándo quiere que convoque la sesión de investidura, quizá a mitad de julio, dos meses y medio después de las elecciones del 28 de abril. Nada ni nadie garantiza que la Cámara Baja conceda la confianza al líder del PSOE. Todo lo contrario, si hay que creer a Pablo Iglesias. Eso significaría que la investidura presidencial podría retrasarse hasta septiembre, aunque la política española está repleta de acuerdos en el último minuto. La duda es si ese instante llegará a mediados del próximo mes o tras las vacaciones del verano. En cualquier caso, habrá transcurrido una eternidad política desde que los españoles acudieron a votar. Es otra de las consecuencias de la ruptura –celebrada por tantos– del bipartidismo imperfecto que presidió la política española entre 1977 y 2015. Felipe González, cuando emergían los nuevos partidos, Podemos y Ciudadanos, ya lo profetizó: «Echaremos de menos al bipartidismo».

Rosa Díez, aspirante derrotada a la secretaría general del PSOE, fue la primera en enarbolar con cierto éxito la bandera de la demonización del bipartidismo. Nunca hubiera iniciado esa batalla de haber estado al frente de los socialistas. Díez creó un partido fugaz, UPyD (Unión Progreso y Democracia), y a lomos de la defensa a ultranza de la unidad de España. Convenció a muchos de la teórica maldad del bipartidismo, quizá porque, como explicó el catedrático Muñoz Cidad en su delicioso libro «Las bicicletas de Amsterdam», «en nuestra sociedad se repiten afirmaciones cuya reiteración parecen hacerlas veraces, aunque disten mucho de serlo o, cuando menos, son susceptibles de análisis más precisos». Iglesias y Rivera relevaron a Rosa Díez en su empeño de presentar al bipartidismo como la quintaesencia de los males de la democracia. Nada en la historia política, reciente y pasada, avala la superioridad y las ventajas de un sistema multipartidista sobre otro bipartidista, más o menos perfecto.

Todo lo contrario. Los países más estables y prósperos del mundo, casi sin excepciones, viven en un mayor o menor bipartidismo: EE UU, Reino Unido, Alemania, Japón, Australia, Nueva Zelanda y también Francia, en donde durante años ese sistema frenó a los ultras de Le Pen, también gracias a un sistema electoral mayoritario. Bipartidismo y multipartidismo son legítimos y democráticos, pero la realidad demuesta que el bipartidismo arroja mejores resultados. Es, a la espera de una investidura o incluso de otras elecciones, el elogio (estéril) del bipartidismo.