Opinión

Otros veraneos. Teresa

Tenía programado como años atrás, dedicar estas tribunas a los soldados y marineros que veranean en tierras extrañas, unido al que les espera a los miembros de la UME que ya se han estrenado, disciplinados y eficaces, en la Sierra de Madrid y en tierras del Ebro catalán. Aquí algún fanático ha intentado considerarlos como de «estado vecino» en tanto perdía dilucidando, 48 vitales horas en este tipo de incendios. Es uno de los que se consideran dueños de una tierra que es de todos. Y todos sufrimos cuando se queman bosques, cuando mueren animales en granjas o cuando arriesgan sus vidas quienes lo sofocan.

Dudando entre empezar por lo que hacen nuestros militares en Mogadiscio o en Koulikoro, me siento obligado a dedicar esta tribuna a Teresa Cardona y a todas las «teresas cardona» que andan por estos mundos de Dios pasando mensajes de solidaridad y esperanza a otros pueblos. Si alguien cree que los soldados no somos sensibles a estas acciones solidarias ni valoramos los esfuerzos de mucha gente en pos de un mundo más justo y seguro, se equivoca. Demasiadas veces hemos estado en contacto con injusticias sociales para no valorar a quienes intentan curar heridas. Estos días desde Mali un miembro del contingente español me hablaba del enorme trabajo de la hermana Janet, una franciscana colombiana con la que colaboran en su labor asistencial, básica para consolidar la paz en una zona de conflicto.

Teresa Cardona, subdirectora del Colegio Canigó y a su vez comprometida con el Colegio Mayor Bonaigua de Barcelona, viajaba con 30 jóvenes para participar en un proyecto de cooperación en Costa de Marfil, cuando encontró la muerte en un accidente de autobús dirigiéndose a Yamoussoukro su capital política y administrativa, situada a 400 kilómetros del costero aeropuerto de Abiyán, su capital comercial. Diez de las alumnas cooperantes resultaron heridas. Si se resalta algo del carácter de la profesora y de la iniciativa que había emprendido, es que lo hacía de manera completamente altruista en apoyo de un colegio de la zona regentado por religiosas, esgrimiendo como mensaje de presentación «una sonrisa franca, una mirada limpia y transparente».

Son muchos los testimonios de religiosos, médicos, técnicos y cooperantes que dedican sus veranos en ayudar al prójimo, bien en el antes llamado tercer mundo, bien en la barriada inmediata. Y son muchos los que dedican toda su vida. Se que los soldados y marineros destacados fuera de España que «veranean» en zonas a más de 50 grados a la sombra, me permiten que dedique este primer testimonio a una persona no sujeta a disciplina militar. Teresa y sus alumnas se sometían voluntariamente a una disciplina moral que les impulsaba a actuar: se pagaban sus billetes y el alquiler de unos minibuses y si les sobraba algo era para dejarlo en un pueblo remoto del corazón de África. ¡Para descubrirse!

Personalmente guardo recuerdo de muchos testimonios de este tipo.

-Allá por la Moskitia nicaragüense en los 90, en un ambiente cristiano moravo, una monja católica onubense –Sor Lourdes– hacía de profesora, catequista, comadrona, enfermera. Habitualmente descalza como los habitantes de la zona lacustre en la que se movía, falta de medios de transporte se unía a un pastor protestante norteamericano que disponía de «pipante» con motor fuera borda, para moverse por aquellos pantanales. «Nuestro Dios es el mismo», respondía cuando con nuestra mentalidad, nos parecía extraña la cooperación.

-En el norte castigado por la guerra de El Salvador, en San José las Flores, otra religiosa española –Sor Carmen– dirigía un centro que atendía a ancianos y niños. En plena guerra civil alguna vez cobijó –y curó– a miembros del FMLN y escondió algún que otro armamento entre los modestos ajuares de aquellos ancianos. En 1994 nos pedía perdón por «haber engañado a Naciones Unidas» negándolo reiteradamente Su compromiso era con gentes que ella consideraba más débiles.

Y más de 20.000 soldados españoles que desplegaron en Kosovo saben de sobra cómo una religiosa ortodoxa –la Madre Altuna– defendió con uñas y dientes el monasterio ortodoxo de Goriok que databa del siglo XIV, con todo lo que representaba como testimonio de nuestra cultura cristiana. O como el capellán castrense Ignacio Doñoro, un curtido pater del Cuartel de Inchaurrondo, se asentó en 1994 finalizada la guerra en El Salvador, en los cerros de Panchimalco para salvar vidas de chicos condenados a ser vendidos por traficantes de órganos ,que se aprovechaban del río revuelto de la guerra y de desestructuradas familias a consecuencia de ella. Hoy sigue al pie del cañón al frente de la Fundación Hogar Nazaret en Huallaga, en plena amazonia peruana.

A ellos, a tantas «teresas», nuestro impagable agradecimiento.