Opinión

Orgullo

Probablemente una de las historias más trágicas y que más me ha llamado la atención fue la que vivió Ricardo Martorell y Téllez-Girón, marqués de Monasterio. De origen menorquín, su padre fue Ricardo Martorell Fivaller, marqués de Almenara Alta, miembro del Partido Conservador y diputado al Congreso por Balaguer, y su madre Ángela María Téllez-Girón y Fernández de Córdoba, hija del duque de Uceda y de Escalona. El joven Ricardo creció sin su padre, que murió cuando tenía sólo dos años, entre un Madrid convulso y una Barcelona canalla, en el seno de una familia distinguida y privilegiada; cuya posición social le permitió estudiar Historia y Filosofía. Todos y cada uno de sus siete hermanos tenían su respectivo título nobiliario, y a través de sus matrimonios entroncaron con familias de renombre. Ricardo, en cambio, encontró el amor en un hombre: Nacho.

Al estallar la Guerra Civil, Ricardo residía en Barcelona y estaba a punto de cumplir 31 años. La contienda le obligó a huir de la ciudad condal, donde sabía que su vida corría peligro como miembro de una conocida e influyente familia. Prefiriendo el anonimato de sus camaradas, se alistó en los legionarios. Según sus compañeros, era un hombre reservado y distante, pero siempre cordial con todos y aprovechaba cualquier momento para leer y escribir.

El 10 noviembre de 1937, ascendido por méritos de guerra a sargento, en la localidad oscense de Sabiñánigo, cayó mortalmente herido en combate. Nueve días después se desplazó hasta allí su madre. La señora hubo de entrevistarse con varios sacerdotes para localizar el cuerpo de su hijo. Sus compañeros, que desconocían incluso después de su muerte su identidad, quedaron atónitos. Los restos de Ricardo fueron identificados. Entre sus enseres se encontró una nota, escrita antes de morir por el propio Martorell, que a pesar de la censura de la época y del enorme estigma social hacia los homosexuales, fue publicada en varios diarios nacionales: «Nacho, de mi vida: cuando tú recibas esto es que habré muerto. Te quiero, pero entre tu amor y el de España, prefiero el de España. No quiero que mi recuerdo sea un entorpecimiento de tu vida. Resignación. ¡Viva España! ¡Arriba España! ¡Viva la Legión!»

Meses antes, el líder anarquista Buenaventura Durruti recibía un durísimo informe de sus asesores médicos, en el que le alertaba de la epidemia homosexual que, junto a las enfermedades venéreas, amenazaban con diezmar la columna. Durruti ordeno que los homosexuales calificados y las milicianas aquejadas de enfermedad venérea fuesen desarmados y conducidos a la estación de Bujaraloz. Una vez en el tren, Durruti ordenó a dos milicianos abrir la puerta del primer vagón y él personalmente disparó con su fusil ametrallador. Historias del orgullo o el orgullo de las historias.