Opinión
Sánchez, el diablo está en los detalles
Lawrence Freedman, vicerrector del King’s College y experto en estrategia, defiende que «todo el mundo tiene un plan (...) hasta que le rompen la cara». Pedro Sánchez también lo tenía, incluido el órdago a Pablo Iglesias. Lo único que no esperaba el inquilino de la Moncloa era que el líder de Unidas Podemos lo aceptara y, de alguna manera, doblara la apuesta, porque ¿cómo justificar un veto también a Irene Montero? El candidato del PSOE quizá no llegó con la cara partida al debate de investidura, pero sí con la iniciativa perdida, tras una apuesta mal medida de «póker del mentiroso». Ayer, en el Congreso de los Diputados, tiró de su propio «Manual de resistencia» para recuperar la posición porque en las condiciones actuales quizá intuye que gobernar con Podemos pueda ser un martirio tan cruel que justifique la repetición de elecciones, si logra convencer a los votantes que la culpa no es suya. El fantasma del regreso a las urnas sobrevoló ayer sobre el Congreso, ya sea como temor (Iglesias, Rivera y Abascal), esperanza/oportunidad (Casado) o tentación (Sánchez). El candidato socialista, salvo que todo sea una gran mascarada, no se fía de jefe de los morados. «Me intentó engañar tres veces», ha recordado Antonio Hernando, portavoz del PSOE cuando Podemos impidió la investidura de Sánchez con el apoyo de Ciudadanos. «La única manera de librarse de la tentación es ceder ante ella», era una de las máximas preferidas de Oscar Wilde y es probable que, tras patinar con el órdago a Iglesias, Sánchez haya acariciado esa posibilidad como la última amenaza de ablandar a Unidas Podemos ante la hipótesis, remota pero no imposible, de que en septiembre Casado, «por razones de estado» y con concesiones –el jefe del PSOE sugirió que estaría dispuesto a hacerlas–, facilite la investidura. Es lo que preferían, y filtraron con profusión, los estrategas de la Moncloa, tal vez después de leer también a Freedman: «La estrategia es el arte de crear poder». La gran prevención de Casado es que una vez investido Sánchez, no hay mayoría de censura posible en cuatro años y en el PP, como les ocurre a los socialistas con Iglesias, no se fían del inquilino de la Moncloa que, el día después, tendría las manos libres para casi todo. El aspirante a la investidura también lanzó guiños –detalles– que reafirman a Casado como líder de la oposición, mientras pretería sin ocultarlo a Albert Rivera al que ninguneó sin piedad en alguna respuesta. Todo lo contrario de lo que hizo con el líder popular, más allá de la esperada dureza dialéctica, aunque lo más relevante fue la confrontación con Iglesias, repleta de aristas y sobrada desconfianza mutua. Sánchez intenta zafarse de la trampa en la que le ha cazado el líder morado y tampoco puede dejar ningún detalle en el aire porque sabe que «el diablo está en los detalles».
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