Opinión
Dos imágenes
Dos imágenes que han dado la vuelta al mundo por su frescura, naturalidad y belleza. Me refiero a las que nos ha regalado la vicepresidenta social Irene Montero mostrando su poblado axilamen, y la de Boris Johnson saludando a la Reina Isabel II con un escorzo muelle que no hubiera podido superar en sus mejores tiempos Nadia Comaneci. De ser rubia, podríamos crear metáforas pilosas con referencias trigales inspiradas en las concavidades de los alerones vicepresidenciales. Pero es morena de verde luna, y nos tendremos que contentar con mencionar sus peludos escobales. Aquí en el norte, las llamadas escobas, presentan un color oscuro en sus raíces que poco a poco, con solemne parsimonia, va cediendo hacia los tonos pálidos a medida del crecimiento vertical del vellamen. Es de esperar que para el juramento o promesa de su merecido cargo ante Su Majestad El Rey, su futuro guillotinado o merendado por los escualos, tenga doña Irene a bien cubrir sus brazos con blusa o camisa de media manga o manga larga con el fin de evitar la exposición velluda de su mensaje.
En el naturismo, las axilas boscosas están muy bien consideradas, así como en el feminismo profesional y algunas mujeres del centro de la isla de Papua, colindante con Nueva Guinea. Madonna cantó durante años con la sobaquera florida, y causó estragos anímicos y amorosos. El marqués de Santillana, en una serranilla, se refiere a una «bella pastora/que la fronda atesora/ con velludo valor». En Guatemala, las mujeres de la tribu Cacahuá, competían en el cuidado de sus espigas axilares para alcanzar la longitud de la cola del quetzal. Y recientemente en España, cuando surgieron las «nekanes» de Euskal Herritarrok, las feas, los ertzainas solicitaron al consejero del Interior autorización para no disolver sus manifestaciones si no eran previamente dotados de mascarillas.
Situación confusa la que se avecina en el Palacio de la Zarzuela.
Como la que se ha producido en el Palacio de Buckingham con el saludo protocolario del futuro «Premier» Johnson a la Reina Isabel. Ese gordo es de goma elástica. Un esfuerzo más, y besa los zapatos de la nonagenaria y extraordinaria Reina, a la que se le escapó, por primera vez en su largo reinado, un gesto de susto al comprobar la flexibilidad del blondo cachalote del «Brexit» duro. Porque su escorzo va acompañado de una rigidez pernil de atleta. No dobla las piernas para husmear la superficie de la alfombra. Mantiene las piernas rígidas y se dobla con una elasticidad pasmosa. La Reina Isabel, que lo más sumiso que ha visto en su vida es el párpado del ojo izquierdo del Duque de Edimburgo cuando abre las ventanas de su cuarto cada mañana, no podía esperarse ese alarde de agilidad. Churchill procedía a simular una reverencia, como todos los primeros ministros que sucedieron al genio inglés del siglo XX. Si a Isco, el futbolista estrella del Real Madrid le obligan a doblarse como Boris Johnson se dobló ante su Reina, lo tienen que llevar partido en dos pedazos hasta Arroyo de la Miel, y ser allí reparado por el famoso doctor López-Pelegrín, famoso pegacuerpos de la zona.
Sucedió en los primeros años de la Monarquía en la tanda de saludos al Rey con motivo de la entrega del Premio Cervantes a Dámaso Alonso. Un periodista – según el malvado Emilio Romero «pornomonárquico»–, de avanzada edad, al cuadrarse ante Don Juan Carlos para estrechar su mano posteriormente, lo hizo con tanto entusiasmo, que al doblar su espinazo con excesivo frenesí, permitió que se oyera una descomunal pedorreta procedente de su envés, que alertó, no sólo a los Reyes, el Jefe de la Casa del Rey, Jefe del Cuarto Militar, ayudantes e invitados, sino que provocó una estampida entre los gamos que se hallaban más cercanos al palacete.
Dámaso Alonso creyó que se habían lanzado en su honor fuegos artificiales. Y Antonio Mingote, siempre dueño de sus modales, no pudo evitar un –¡Coño!– para paliar el susto. Y el gesto del aerofágico no llegó ni a la mitad del que Boris Johnson efectuó ante Isabel II.
Ahora que los hombres se depilan, hacen bien las mujeres en dejar crecer el jardín que se abre hacia los brazos. Pero bueno y conveniente, amén de necesario, es recomendarle de nuevo que para jurar la vicepresidencia que Sánchez le ha dado para seguir él en La Moncloa y ella en La Navata, lo haga con camisa oscura y mangas hasta las muñecas, aunque haga mucho calor, que sí Irene, en eso tiene usted razón. Hace un calor insoportable.
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