Opinión

Cuando Iglesias participó en el G-7

Pablo Iglesias no se ha atrevido o, más simple, ahora vive otro momento político y vital. No obstante, Unidas Podemos, el partido que quiere entrar en un Gobierno de coalición con Pedro Sánchez, ha enviado representantes a las protestas anticapitalistas contra la celebración de la cumbre del G-7 en Biarritz y en la que participa, como invitado, el presidente español en funciones. Una síntesis casi perfecta de las diferencias y la «desconfianza mutua» entre socialistas y podemitas. Iglesias, además, ya conoce esas cumbres. Él mismo, con 22 años y un aspecto muy juvenil –sin barba, piercing en una ceja y pendientes–, estuvo entre los grupos anticapitalistas que intentaron reventar, en julio de 2001, la cumbre del entonces G-8 –estaba Rusia–, celebrada en Génova. Fue una de las acciones más violentas de los antisistema, que dio origen al blindaje actual de estos foros. Aquella se saldó con numerosos detenidos y un activista muerto, Carlo Giuliani, por un disparo de los «carabinieri». Iglesias viajó a Génova como miembro del Movimiento de Resistencia Global y, aunque no consta que se conocieran, coincidió con otro activista que también haría carrera política, el griego Alexis Tsipras. A la vuelta a España, aquel joven ofreció su versión en una aparición en Telemadrid, todavía de fácil acceso: «Las balas no van a detenernos», afirmó.

Casi veinte años después, casi todo es diferente, excepto la obsesión de la izquierda radical contra un G-7 venido a menos y descapitalizado por Donald Trump y sus guerras comerciales –tan antiliberales que parecen paridas por los antiglobalización–, que tendrá de aliado al histriónico nuevo «premier» británico, Boris Johnson. Sánchez aprovechará la oportunidad para reforzar –entre su clientela interna– su imagen de estadista mundial, mientras mantiene su pulso para la formación de Gobierno con Iglesias. Pedro y Pablo apuran sus jugadas, sus faroles, a la espera del «último minuto» del 23-S. Todos arriesgan mucho con otras elecciones, pero el líder de Unidas Podemos parece dispuesto a subir la apuesta. Calcula que, en el peor de los casos, perdería una docena de escaños. Un vaparalo que, sin embargo, no le impediría seguir con un grupo parlamentario notable con el que hacer la vida a imposible a Sánchez en una nueva legislatura y ganar tiempo, a la espera de que la futura crisis económica hunda otra vez al PSOE. Arriesgado, sí, pero el podemita, más leído que el socialista, quizá recuerda el verso de Hölderling: «Allí donde anida el peligro, crece también la salvación».