Opinión

Blanca de la nieve

Me gustaba mucho tu risa, tus ojitos vivísimos, tu cuerpo de junco y tu fuerza para enfrentarte a picos y depresiones. Eras, Blanquita, un modelo de mujer para mi generación, la tuya. La de aquellas que tuvimos ya un resquicio para pelear por nuestra independencia, por nuestros sueños, por nuestra libertad, a cambio, quizá, de dejarnos unos cuantos jirones de piel o de corazón por el camino. Porque un resquicio para subir a la montaña que una desea no es mucho, la verdad. Un resquicio es siempre estrecho y araña. Y, a veces, se estrecha y asfixia. Pero tu, herida o no, subías y bajabas.

En las últimas fotos se te veía cansada. Ese cansancio interior en el que el dolor es como una garra que te aprieta en el centro del pecho. Se te veía tirando de la vida, como tiramos tantas muchas veces, con demasiada carga. Me sentía identificada con tu gesto, Blanca, y he seguido día a día tu búsqueda. Tanto, que sin conocerte personalmente, me ha atrapado la tristeza. Yo quería que todo fuese una pesadilla y que tú, en cualquier momento, aparecieses asombrada del lío que habías montado.

Y me acordaba de Eduardo, un amigo mío bombero, montañero también, que se fue a la Pedriza y apareció sin vida. Mi amigo solo se llevó el DNI, una botella y sus pastillas. Era un hombre joven, fuerte y apasionado; solo unas ojeras negras decían lo contrario. Esas ojeras que eran el reflejo del infierno que vivía injustamente su mente. Blanca, descansa, preciosa. Y gracias por hacernos ver lo poco que sabemos unos de otros. Lo poco que podemos hacer para ayudar a los que ya han tomado una decisión definitiva.